Surf en SD

Surf en SD
La vida está en el camino.

lunes, 26 de octubre de 2015

¿Todavía soñarás conmigo?

A veces llega el momento de decir adiós. Un adiós rotundo, no un acostumbrado “hasta luego”. Es natural encontrarnos siempre con una despedida que no deseamos, porque nada parece ser eterno y el anhelado “para siempre” resulta ser una ilusión que, tal cual una amputación, duele cuando te cortan y se agudiza cada vez que apreciamos el vacío en donde eso que estaba ya no estará más.

En ocasiones, no alcanza el tiempo para demostrar lo que sentimos. Las noches se hacen cortas y los días se extinguen como un fuego naciente, uno que prematuramente desaparece a la vista. Es algo normal el silencio, cuando nuestra lengua solo se mueve mientras nuestros labios están sellados, no salen las palabras y nuestros pechos se convierten de pronto en cajas fuertes; en bombas de tiempo que algún  día estallarán en llanto nostálgico mientras vemos partir el tren desde lados opuestos de la ventana.


Ha ocurrido que los ojos no ven aun estando abiertos. Las siluetas danzan en el exterior, pero no hay rostros ni sonrisas. No queremos ver, para poder dudar de las situaciones. La duda nos da el margen de error que necesitamos para morir en la agonía de un suspiro, y morir nos gusta. Morir es un placer hasta que la flor se marchita y la belleza de sus pétalos desaparece.


A veces nos ahogamos en un mar de infelicidad. Nunca nos enseñan a nadar. Nunca nadie cree en la inundación sino hasta que se encuentra sepultado bajo el agua. Las emociones se desbordan y el amor se transforma en rencor y éste en cariño, la luz pasa a ser oscuridad y después nos ilumina la comprensión. Todo lo bueno se vuelve malo y después se transforma en algo más. Todo en nuestro mundo está propenso a derrumbarse, pero no significa que no podamos volver a levantarlo cuando pase el temblor.

Alguna que otra vez hablamos de finales felices, ¿Cómo podemos hablar de finales así? Lo bueno nunca debería terminar, lo bueno debería durar por siempre, ¿Por siempre? Eso es una ilusión. Esa es la raíz del problema, sabemos que el partido dura noventa minutos, pero siempre queremos llegar hasta los penaltis, jugamos al empate, al cero a cero. Yo nunca he visto un final feliz después de una definición por penaltis. Yo nunca he sido feliz con algo que se termina, porque si era capaz de transmitir felicidad, si se sentía bien, entonces nunca debió terminar. 

Siempre alguien sufre. Es la crueldad que mueve al mundo, son las cuatro ruedas del carrito que nos transporta del nacimiento a la muerte. Los caminos se tuercen para mí. El destino ya no está a la vista y de nuevo comprendo la cruda realidad: “A veces deja de ser a veces y siempre deja de ser siempre, cuando las líneas del tiempo se cruzan y tú y yo nos quedamos atrapados en medio del colapso de nuestras creencias”.

Continuamente espero la sentencia con los ojos cerrados y los oídos atentos. Sentir como el filo del hacha corta el viento que transita por el espacio que separa al arma del verdugo de mi cuello me genera una poderosa excitación. Me genera un miedo que carcome mis entrañas. Me quedo esperando por ti, sabiendo que tú ya has estado esperando por mí. Estamos en el mismo sitio, pero ya no nos vemos. Es así como sé que la brisa en el andén ha aumentado porque el tren se acerca. Es así como tu sonrisa lejana se pierde entre la multitud y el “por siempre” se apaga.



Por momentos no me encuentro ni yo mismo, para luego reencontrarme viendo como meneas la mano derecha desde el otro lado de la ventana mientras el tren se aleja. Sueño con un mundo sin despedidas. Sueño despierto con conciliar el sueño y que en ese sueño aparezcas tú y el “por siempre” vuelva a encenderse para siempre.

Sucede seguido que sueño contigo. Sueño conque cogemos nuestras maletas y marchamos hacía el horizonte juntos. Sueño con una vida en la que el final nos agarrará viejos y satisfechos. Sueño contigo vistiendo trajes de baño enteros y sombreros anchos que cubran la delicada piel de tu rostro del sol caribeño. Sueño conmigo soñando contigo y que tú sueñas conmigo. Te sueño despierto. Anhelo tus labios y de pronto me sorprendo temiendo que algún de ellos escuche un “adiós”. 



De nuevo me descubro con miedo.

Pasan muchas cosas, pero ninguna es rutinaria, salvo el hecho de que siempre eres protagonista en las diferentes películas que mi viciosa menta crea, produce y dirige para mi entretenimiento.

Ven conmigo y olvidemos mis letras, mis palabras, mis miedos y mis sinsentidos. Acompáñame en la tarea de borrar todo esto que he expresado y dame inspiración para iniciar un nuevo párrafo feliz. Porque si bien tú no dependes de mí y yo no dependo de ti, eres la chispa que me enciende y la somnolencia capaz de hacer que en un abrir y cerrar de ojos, el conductor del tren que se desplaza lejos del andén en el que te despides de mí se duerma y mi viaje termine con repetidos giros trágicos y una explosión. Y Cuando las historias terminan con fuego, después de un tiempo solo quedan cenizas para recordar lo que fue.

El andén se ha quedado atrás. Parece que hemos perdido. Se apagan las luces. Todo termina y las palabras que te dije se las ha llevado el viento. Podríamos dar por hecho que la belleza del “por siempre” se marchitó. Podríamos darlo por hecho porque tú has decidido quedarte allá y yo he decidido estar acá. Porque mientras uno de los dos vuela, el otro quiere caminar. Porque el agua nos llega hasta el cuello y mientras uno nada al norte, el otro nada al sur. Pero no lo quiero dar por hecho.

Soñaré con tu recuerdo hasta la próxima estación, y si todavía sigo vivo, haré lo mismo hasta que las estaciones terminen y el tren de vuelta en la dirección en la cual meneabas tu mano a manera de despedida. Porque me rehúso a aceptarte lejos, puedo decir en conclusión que a veces no creo en las despedidas. Solo una incógnita queda en el aire, una variable "Y", un hilo suelto que muta en una simple interrogación: “¿Todavía soñarás conmigo?”. Me gusta pensar que a veces lo haces.