Destellos verdes y chispas doradas rodean mágicamente la esquina más remota de mi habitación; un lugar amplio y desolado, hasta cae en lo que muchos califican como desordenado; nadie se da cuenta de que en realidad eso es lo de menos cuando una sorpresa aún no ha aparecido. Expectante como niño en noche buena, como gato hambriento bajo la lluvia; expectante como el sol cuando aparece la silueta de la luna; así estoy yo ahora.
Mi colchón desgastado siempre me impide dormir bien, es una cosa tan molesta; un resorte por acá, un hueco frío (gracias al piso helado que se cuela por la delgadez del colchón) me congela una batata y mi almohada que no ayuda, tan plana como brazo de adolescente anoréxica. Así no se puede dormir. Cuando no se puede dormir, no se puede vivir. Me pica una nalga, quizás no sea la luz que proviene de la esquina lo que me mantiene expectante, quizás no puedo dormir en estas condiciones, quizás, solo quizás hoy me rehúso a aceptar esto.
Una arañita se pasea por la esquina más cercana que se forma entre el techo y dos paredes, se ve tan frágil, casi podría llegar a pensar que puedo aplastarla y no ser juzgado por ello, nadie jamás notaria su ausencia; ¿quién la extrañaría?. Debería limpiar esta pocilga de vez en cuando.
La brisa que entra por el hueco en donde solía estar mi ventana hace un ruido extraño al rozar con las paredes, viene con fuerza. Pronto va a llover.
Un calor repentino comienza a recorrer mi cuerpo, casi se siente como cuando tenía ganas de luchar por mis derechos. Me pica la cabeza, una ducha no me vendría nada mal; sí, bañarse pasadas las 2 de la madrugada no es la mejor idea que se le puede ocurrir a uno. Las chispas están encendidas, siento miedo a lo desconocido.
La caja ha comenzado a derretirse.
Esta es la primera vez que veo que esa dichosa caja hace algo; aún está aquí porque es tan pesada que no puedo moverla al cuarto del aseo. Todavía recuerdo cuando me la obsequio mi abuelo hace muchos años atrás, en ese entonces la caja parecía estar vacía, pues no pesaba nada; y cuando digo nada, es que no pesaba nada; yo era un flacucho débil y la cargaba sin problemas, ahora estoy todo gordo y creo que esa caja es imposible de cargar.
Sentado en posición de indio espero asustado, ahora si es verdad que no tengo sueño, los destellos se han convertido en llamas que iluminan de manera poco sutil todas las paredes de mi habitación; pronto se podrían encender las alarmas. El fuego crece.
¿Miedo?
Siempre con miedo; las llamas crecen y comienzan a alcanzar proporciones peligrosas. Calientes, como el alma que perdí al dejar de defender lo que era mío.
Gritos. Golpes. Sirenas.
La caja arde, como la pasión que sentí alguna vez por alguna cosa. La caja refresca, me siento como corriendo a través de un bosque. La caja moja, como si estuviese tomando un chapuzón en un lago. La caja es vida. Me he vuelto uno con el fuego.
He muerto.
Despierto. Me sacudo como si todavía estuviese sintiendo ese calor tan molesto. Me volví a olvidar de mis pastillas; tengo ganas de orinar, pero no iré al baño, le tengo miedo a la oscuridad. La arañita me sonríe desde la esquina del techo. La caja continúa cerrada, en aquella esquina lejana de mi habitación.
"Una emoción que sube por la garganta y baja de nuevo para regalarte un poco de éxtasis cuando te explota en el estómago. ¿La sientes?"
L.F. Arias.
Floyd Regresa |