Surf en SD

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La vida está en el camino.

sábado, 26 de diciembre de 2015

Perdido en la Sabana

En la parcela de Jaime 12/15

Tomé un bus con destino a un lugar desconocido, me embarqué sin fecha de retorno para escapar del caos que envuelve a la ciudad. Sin embargo, fui embaucado por la suerte, pues a mitad de la sabana todavía pienso en ti.

El sol juega solitario en el cielo azul celeste, pues no hay nubes acá. Todos se refugian en sus casas, yo prefiero tenderme sobre la hamaca de cabuyas y sentir como se van los minutos mientras la brisa acaricia mi piel. El aire aquí es puro. Todo se ve más claro, como si estuviese en alta definición. Sin duda los colores que apreciamos en Caracas no son reales, son algo similar a una burda ilusión a la que nuestros ojos se acostumbran para evitarnos el mal rato de sabernos ignorantes a las tonalidades verdaderas de las cosas.

Las frutas cuelgan de los árboles como un regalo ofrecido por la naturaleza, un regalo delicioso. Hemos caído en la trampa de escarbar cestas de supermercados y abastos en busca de naranjas, guayabas, manzanas y peras frescas, pues acá están las de verdad. No hay refrescos, ni jugos de cartón. No hay mentiras de ese tipo. Aunque el que las busque siempre las va a encontrar ocultas en algún lugar.

En este pueblo abunda la cerveza, se beben diariamente más botellas del líquido dorado que vasos de agua. Algunos afirman que así combaten al calor abrumador que nos hace transpirar desde las siete de la mañana hasta que nos vamos a dormir aliviados por frío proveniente del aire acondicionado. He bebido mucho. Diferentes sabores. Así he llegado a confirmar, nuevamente, que el alcohol no me apasiona; todavía creo que preferiría una buena compañía, dos buenas raciones de sushi  y un par de vasos de té frío sabor a durazno.

Los niños corren libres por las calles de tierra. Juegan desnudos sobre el pasto de sus patios. Saltan, ríen y bailan. La inocencia de la infancia me enamora. Contigo llegue a sentirme como un niño, fui libre; decía incoherencias, me tropezaba al caminar y caía como tonto en la bella trampa de tu sentido del humor. Para los chicos todo es nuevo, todo sabe bien, todo se ve bien. Es apasionante. Ellos montan  bicicletas, yo lo intento, pero me caigo. Me quito la camisa, sudo, rio. Me siento como nuevo.

Los cerdos se revuelcan en el lodo, buscan comida en cada rincón. Las vacas se comen el pasto y le dan armonía al paisaje sonoro del pueblo con sus bramidos. Las aves  y las mariposas vuelan por doquier, son libres. Estoy tan lejos de mi camino habitual que ya el tiempo se ha perdido. Viajo sin brújula. Los perros son amigos de los gatos, y las arañas se esconden en mi ropa. Estoy tan lejos de casa, que ya ni me importa.

Lo simple de la vida me permite continuar con el proceso de aprendizaje que ya venía desarrollándose desde la noche del once de noviembre. Acá no hay abundancia material, la riqueza se resume en un plato plástico con dos arepas de maíz y una gran porción de nata a un costado. La riqueza se separa de los billetes para volverse algo grato con la capacidad de hacerte sonreír. ¡Qué gusto da sentirse así! ¡Qué gusto da afirmar que, como siempre le he dicho a mi padre, el dinero es simplemente números y papel!

Acá sueño despierto constantemente. Sueño con dos ojos de mujer que me miran desde el horizonte lejano, tal y como me mirabas tú cuando la puerta de la habitación se cerraba. Sueño con miradas pícaras que me calientan. Acepto que esos ojos no son los tuyos. Entiendo que no deben serlo.

Sueño con dos manos de mujer que me acarician el pecho cuando la hora de dormir se hace inminente. Sueño con ese tacto febril que me recuerda que estoy vivo. Acepto que esas ya no sean tus manos. Entiendo que no deban serlo.

Las intrigas están escondidas en cada hogar. Poco a poco las descubro; me encanta. La mujer de un hombre es su cuarta hembra. Un hermano es capaz de estafar al otro en un juego de cartas. Un forastero se coge a una vieja para encontrar refugio y después se revuelca entre topochos con una mujer de veinticuatro. Cada sobrenombre tiene una historia, hasta dónde sé todavía no tengo uno.

La vida es tan simple, y me rehusaba a creerlo. La vida está en cada grano de arena que desciende del reloj artesanal que Dios fabricó para cada uno de nosotros. Tenemos el tiempo contado. Maldigo a la filosofía con la que me formé creyendo que estaba incompleto, que me hizo trabajar en función de lo que me faltaba, en lugar de hacerlo en función de lo que tengo. Malgasté tiempo, quemé experiencias y te perdí. Te perdí cuando me perdí. Solamente debía seguir siendo yo mismo. Por eso ahora me he vuelto a perder para poder encontrarme, solo me pesa saber que ya no te voy a volver a encontrar a ti.

Estoy en un viaje. He vuelto a ponerme en movimiento; estoy hambriento.

No sé en dónde estoy  y me encanta. Digo que sí  cuando lo siento correcto, digo que no si así lo quiero y me encojo de hombros si me da igual, si deseo que el azar reine por un rato. Me la juego en el lance de unos dados, a la caída de una moneda sobre el cemento pulido y al revelar de unas cartas españolas, porque así la vida es más grata, así me sorprende y me vuelvo a sentir vivo.
Sigo soñando despierto. Sueño con un par de labios femeninos que pronuncian mi nombre desde las sombras, tal y como lo hacían los tuyos cuando tus pechos me tentaban, cuando querían mis besos. Sueño con dientes incisivos centrales que no son perfectos. Acepto que esa ya no sea tu boca. Entiendo que no tiene porqué serlo.

Estoy perdido en la sabana buscando lo que desconozco: Palabras, bebidas, pieles, climas, animales, colores, sabores y mujeres. Estoy dando tumbos al azar para poder encontrarme con el hombre-niño que debía ser si hubiese vivido aprovechando la plenitud de mi ser. Quiero encontrarme antes de que se agoten mis granos de arena, porque deseo que cuando se de mi reunión con Dios, Él pueda reírse de mis planes y yo de los que Él tenía para mí, estando de acuerdo en que lo que conseguí era lo que inevitablemente iba a conseguir si daba lo mejor de mí.


Todos estamos perdidos, y eso está bien; porque cuando creemos que no lo estamos, dejamos de movernos. No dejemos de movernos. Sigamos adelante, porque solo los que se mueven se encuentran con que al final aprovecharon al máximo todos y cada uno de sus granitos de arena. El final llegará y nos encontrará con una sonrisa. Será una grata despedida, una bella sorpresa.

Que el final nos encuentre plenamente satisfechos.

L. F. Arias

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Paseo

Voy a dar un paseo.

La soledad pesa más de mil kilogramos esta tarde noche y la ciudad me encuentra lejos de casa. Yo me encuentro lejos de casa. Estoy en medio de un viaje que a veces pinta muy bien, pero que otras se desdibuja mientras me derrumbo imaginariamente al ser aplastado por tu recuerdo. Cómo pesa tu recuerdo.

Las ramas de los árboles se mecen sobre mí en el Parque Los Caobos. Tu fantasma vuela a mi alrededor cuando me detengo a observar el arte. Caracas es una ciudad sumida en el caos, este parque no se escapa. Veo parejas comiéndose a besos, manos que aprietan nalgas cubiertas por jeans rotos en las rodillas. Las lenguas se cruzan lubricándose entre sí. Él aprieta sus senos como queriendo exprimirlos.

La hamburguesa costó mil cuatrocientos cincuenta bolívares. Estaba muy rica. Los valió. Te vi sentada frente a mí, pero no eras tú y la música sonó dentro de mi cabeza. El pianista se lucía en una tonada melancólica. La voz se desgarraba con frases que hablaban de la mentira: “Sintiéndome confundido, sin saber qué hacer. Asustado de que ella no me ame más. Ella dice que sí, que no la he perdido, pero ¿Quién estará tocando a la puerta? Debe ser algún otro. Debe ser otro al que ella ama”. Pasan las papas fritas por mi esófago, caen como yunques en mi estómago. Ya no tengo más hambre.

Mi compañera luce un hermoso “solitario” guindando en su oreja izquierda. Quiso regalarme uno, pero me rehusé a usar una pluma como adorno. Nos reímos. Escuché tu sonrisa. Ya estabas de nuevo conmigo. A veces, no puedo simplemente estar sin ti. Deseo un cigarrillo.

El tren marcha sobre rieles haciendo un ruido metálico. Me recuesto de la puerta. Me regañas. No eres tú, ya no estás aquí. Solo queda tu sombra. El viaje se torna triste. Toco fondo de nuevo. Te extraño. Todo lo que no hice me revuelve el estómago, porque ya aprendí, ya entendí que esto es lo que sigue para mí. Abandono el tren en la estación de Parque del Este.

Las fotos de aquella segunda cita, esa de finales del dos mil diez; las del Parque Los Caobos. Las fotos toman vida, mi amor. Recorrí todos los rincones que alguna vez visitamos juntos, te pensé con nostalgia. Me siento tonto dejándote ir. No se siente del todo correcto dejarte ir. Se ha rebosado el agua que rodea la escultura de El Pensador. Se han rebosado mis ojos. Lloro de nuevo por ti. La oscuridad ya viene para apoderarse de mi corazón otra vez.

El Pensador 2011

Voy montado sobre un enorme elefante dorado. No tengo rumbo ni destino. Miles de colores surgen del suelo, todos se quiebran. La grama ahora es tierra. Los perros ahora son cuerpos inflados a un lado de la carretera y las aves de carroña siguen siendo lo que son: unas malditas. El mundo tiene fin, y me acerco a él.

Los pasillos del supermercado se hacen largos, los anaqueles están repletos de productos repetidos que nadie desea comprar. Doy pasos confusos, tiembla mi caminar, no me hallo sin ti esta noche. Tomo unas galletas María y un Powerade de Mora Azul, el que nos gustaba a los dos. Me siento miserable, como si doscientos mil quinientos bolívares no fueran suficientes, como si el dinero no fuera más que números al azar que me hubiese encantado ver llegar a cero a tu lado. Los habría vuelto números negativos visitando Margarita, Mérida y Canaima. Habría degollado a cada unidad que se cruzara en mi camino ansioso por sobre la Recta Real que nos enseñaron en el colegio.

Las manos sucias de una mujer me entregaron un cigarrillo Belmont y una caja de fósforos amarilla. Pagué con un billete de cien y lo vi transformarse en cuatro billetes de menor denominación. Me tomó cinco intentos encenderlo porque la brisa apagaba el fuego. El primer jalón me mareó. Como tú. Tú me elevabas. Te di ese poder.

El piano del parque estaba todo rayado. Me senté en él como lo hice hace años. Posé para la foto imaginaria que recreó aquél momento en el que te tenía cerca. Ya no estás, solo me quedan tus huellas; solo me quedan tus memorias. Ya no escucho la música, Leona. Solo escucho tu voz diciendo adiós. Ya no veo a Young, tampoco a Thriller. Se borra esa parte de mí que estaba acomodada en el año dos mil diecinueve allá en Bogotá.

El Piano 2011

La derrota se hace oficial cuando abordo el metro en Altamira, ese preámbulo a la frontera invisible que tenemos los que vivimos en el noreste de la capital. Un hombre le agarra el culo a su mujer mientras descendemos sobre las escaleras mecánicas. Ella le muestra su sonrisa y le besa. Se toman de la mano y pasean hasta el otro extremo del andén. El tren no llega; nunca llega a tiempo los sábados en la noche.

La trompa del elefante se pone erecta para apuntar hacia lo que parece ser el centro del sol. Quedo ciego por momentos. Todo se ha pixelado, Leona. Tu cabello ahora es de otro color, tus ojitos ya no me miran y tu voz se ha secado para mí que no la he escuchado hace más de un mes. El piso desaparece y floto sobre mi elefante dorado. Estoy en la nada. La oscuridad ya me rodea.

El Elefante Dorado

Se aplanan mis nalgas flacas cuando me siento sobre el borde de una pequeña fuente en la Plaza Francia, el árbol navideño  gigante que han colocado para celebrar este dos mil quince está precioso. Todo el mundo se toma fotos y yo comienzo a arrepentirme por no haber traído mi cámara. Comienzo a arrepentirme por no haberte traído a ti. Extraño a mi compañera de aventuras y no puedo decírselo porque creo que ya no le importa. ¿Cómo hiciste para borrarme, Leona? No te guardes el secreto. No me hagas eso. Tengo que ir a por un cigarrillo.

El Museo de Ciencias y la Galería de Arte Nacional son edificios que visitamos varias veces cuando de enamorados buscábamos refugio. Insinuaciones mientras íbamos de una sala a otra cruzando las rampas tomados de manos. Cómo te sudaban las manos; nunca me importó. Todo en ti me resultaba bello: tu hablar acelerado, tu delgado labio superior, tus marcas de nacimiento y tu ligera escoliosis. No quise entrar a los museos. Preferí la tortura en el Parque Los Caobos.

Parejas de todas las edades compartían un buen rato en la Plaza, besos por aquí y por allá. Sonrisas y risotadas por doquier. Celebraciones al amor y a la amistad. Se me calentó el corazón porque todavía siento amor, me sentí bien por todos, pero nuestra memoria comenzó a quemarse. El cigarrillo se tornó amargo. ¿Qué estarás haciendo tú esta noche? Ya no es de mi incumbencia. Soy el que ya no está.

Camino a casa a través de la desierta Avenida Sanz, vivo en un toque de queda acá en Caracas. La muerte danza alegre porque sabe que está ganando. Busco confort, solo estoy en busca de eso. Paseo lento rumbo a casa sabiendo que allí no lo voy a encontrar.

La cola del cigarrillo sabe a mierda, la dejo caer y la aplasto con mis zapatos Vans de cuadros marrones oscuros y claros. No había fumado en mucho tiempo. El Powerade de Mora Azul me enfría la boca. Me endulza las papilas gustativas. Extraño tus besos tímidos y los fogosos también. Tus abrazos cálidos y amistosos. El humo me consume y me fusiono con la oscuridad que ha llegado para arrastrarme hasta el fondo. Me hundo con tu recuerdo, que me envenena y me destruye cada vez que parece que me he vuelto a construir. Se cae la casa de naipes sobre el vacío del fin del mundo. Te encuentro solo para escucharte decir que ya no me amas. El juego ha terminado.

Mi caminar es libre. Extiendo los brazos hacia los costados y los conductores que transitan la Avenida Francisco de Miranda me miran raro, como si estuviera loco. Me siento feliz por este paseo. Siempre amé las caminatas nocturnas, siempre abracé mi soledad con dignidad. El edificio de Centro Plaza me invita a visitarlo, tú ibas para allá aquella tarde en la que nos vimos por primera vez. Ibas a ver a Fernando cuando ya no lo querías como compañero. Yo estaba tocando a tu puerta y no me querías abrir aún. Por cosas del destino terminé en el supermercado sintiéndome bastante solo.

El elefante dorado muere, cae y me abandona. Floto sobre la nada mientras él se pierde en el vacío. Nunca lo escuché chocar contra el fondo. El sol se ha extinguido y ahora el frío se apodera de la oscuridad. Brillan algunas estrellas, las mismas que fueron testigos de nuestra unión el seis de enero de dos mil once. Todo el ciclo se desordena ante mis ojos y entiendo que este fin es el nuevo comienzo. Me toca renacer. Quiero renacer.

El humo asciende. Somos uno, él y yo. El paseo comenzó a terminar desde el momento en que me entregué a la idea de que me encontraba en compañía de mí mismo. Me amo, pero estando incompleto no soy buena compañía, no soy la compañía que necesito.

El paseo termina en mi cama pensando en la explosión de colores que me hacías ver cuando tras el juego de nuestros cuerpos acabábamos de hacer el amor.


¿Alguna pregunta? Hoy ya he dicho todo lo que tenía para decir.

Colores


L.F. Arias



martes, 8 de diciembre de 2015

Militar

Vivo el día a día bajo el manto oscuro que la muerte tiende sobre esta ciudad. Vivo entre grupos que luchan por la injusticia y la desigualdad. Vivo atrapado en una red militar tejida con la intención de preparar nuestro destino, prepararnos para el colapso inminente de nuestros pulmones.

Vivo el día a día con la muerte sobre la espalda; jadeando. Vivo entre cuatro paredes de las cuales cuelgan cuadros que contienen arte en forma de paisajes diversos. Vivo atrapado en un mar rojo que se nutre de diversos riachuelos de sangre, sangre que se derrama en flujo constante cada mañana, cada tarde y cada noche en mi ciudad.

Marcho al ritmo de la voz gruesa de un líder al cual no respeto. Veo a mi pelotón rebuznar ignorante, y entonces entiendo que la vida que elegí no es para mí. No encuentro honor en mi uniforme, tampoco en mi proceder. Soy una hoja verde que el viento transporta aleatoriamente. Soy el retrato de la inconformidad que fue colocado sobre la mesa de noche con la indignación de un ideal perdido.

Estoy ligado a la campaña, cuelgo panfletos en los postes de luz y le subo el volumen a las cornetas para que la voz de una vieja gloria atraiga a los fanáticos y los aliente a seguir luchando. Me quemo bajo el sol del mediodía, mientras que lo que queda de mi alma se extingue con pereza.

Soy ese par de tetas jugosas que se esconden bajo el uniforme de gala, y también las rodillas maltratadas por el roce con el piso de cemento, que es mal apoyo para practicar un indecente acto oral. Así ascienden al cielo algunos, para después caer.

Veo cicatrices impunes en el espejo. Soy yo. Corrupción, violación, deshonor. Me acepto como un fracaso al juramento. Ojalá pudiese regresar el tiempo, pero eso no es posible. Me acepto como un fracaso, un cáncer que se propaga rápidamente por la sociedad.

Veo el rostro pintado en la pared, leo debajo de él la inscripción “Gloria al Cadete” y tomo mi arma. He vivido mi vida persiguiendo al conejo equivocado, y no hay bálsamo para este enfermizo arrepentimiento. Por eso digo adiós; que el manto de la muerte caiga sobre mí al momento en que sus jadeos cesen y ésta finalmente eyacule.


- Un disparo. Un hombre joven cae tendido sobre la grama. Suenan alarmas. Dos jóvenes uniformados y cuyas caras están pintadas con franjas verdes y negras arriban a la escena. Se sorprenden por lo que ven, se lamentan porque alguien tendrá que limpiar la sangre que ha salpicado sobre el rostro pintado en la pared -.

 No apresures el final.

L.F. Arias

domingo, 6 de diciembre de 2015

Chuli

Chuli es una palabra que nos describía,
era tu sobrenombre,
también era el mío,
fue una expresión que nos unió como uno solo.

Chuli era más que cinco letras
unidas a la fuerza.
Era celebrar tu presencia,
invocarte para que iluminaras la habitación
con tu luz.

Chuli era un sueño que se hacía realidad,
un sinónimo de ti.
Era tu voz aclamando mi atención
cuando caía rendido y distraído.

Yo era tu Chuli,
así como tú eras la mía.

Chuli era exclamarte cuando te quería cerca,
una manera de decir tu nombre sin decirlo,
porque sé que siempre aborreciste
que lo usara si no estábamos molestos.

Chuli nació como un chiste,
una expresión feliz con la cual llamarme.
Tú la inventaste, yo la adopté.

Chuli es una palabra que todavía
escucho pronunciar en
algunos rincones de mi memoria.
La uso cuando hablo con tu fantasma
en mis ratos de locura.

Te has marchado, Chuli.
Y has dejado un recipiente lleno,
repleto de emociones que se mueren 
por correr libremente.

Me has enseñado que la vida
sí estaba a nuestro alrededor,
que es enorme y hermosa.
Siempre supe que eras brillante, Chuli.

Chuli fui yo en tus cartas de amor,
y fuiste tú en las que te escribí.
Chuli vas a ser por siempre,
te guste o no.
Es un apodo que se arraigó en tu piel,
y no podrás sacarlo de allí,
así como yo no puedo sacarlo de la mía.

"¿Es en serio, Chuli?"
Pregunté mientras me quebraba.
"¡Chuli, no!"
Exclamé después de romperme.

Ya no habrán más chuladas.
Se terminaron las jugadas.
Dijiste adiós a experiencias pasadas.
¿Qué pasará ahora con las partidas empatadas?

Para siempre se quedarán incompletas si no estás.

Hasta mañana, Chuli.
Porque "mañana" es siempre el día
que le sigue al "hoy" de turno.
Espero que "mañana" sea mejor para los dos.

Nos hicimos mejores personas.



domingo, 29 de noviembre de 2015

Autodestrucción

La tinta le rebosaba las manos; caía a chorros. Los charcos fueron creciendo a sus pies, todo comenzó a mancharse. Las paredes se ensuciaron. Estaba otra vez mirando fijamente el desastre; siempre me quedo atento a lo que está por pasar. ¿Qué se supone que deba pasar para impulsar mi próximo movimiento? ¿La muerte? El accidente que arde y enciende la situación hasta verla hecha cenizas. Estoy detenido esperando la explosión.

La figura desgarbada tenía dos ojos de diámetro anormal, similares al de sus fosas nasales; inspiraba paz. Verla desangrarse me estimuló. Sentí placer con su sangre; verla inundando la habitación. La mirada era hueca, lo fue hasta apagarse. La mujer-hombre fue consumiéndose en un proceso de autodestrucción. Pronto fueron dos figuras las que cayeron sobre el mar rojo.

Algunas velas estaban colocadas en las esquinas de la habitación, con ese brillo tenue se apreciaban sombras arrastrándose, intentaban nadar sin conseguirlo. La más pequeña gemía, la más grande replicaba con gruñidos. La fusión había terminado por fin. Estaban muriendo desde mucho antes de que llegara la velada definitiva. Morir  ahogados era encontrar finalmente su libertad, y así se alejaron una de la otra.

El vacío en mi pecho se hizo cada vez más grande. Un llanto silencioso surgió cuando la dulce melodía de su voz resonó en lo profundo de mi memoria. Las figuras brillaron al ritmo que el fuego de las velas se extinguió. Viví el momento con intensidad. ¿Alguna vez han visto a la muerte? Ella llega y se lleva algo para siempre, al cruzar la puerta no hay vuelta atrás. El vacío me consumía y quedé postrado frente a un espejo que descendió del techo. Brotaba tinta roja de mis manos.

Imágenes de una mujer gruesa sonriendo surcaron el horizonte imaginario que se encontraba del otro lado del espejo. La desnudez comenzó a erizar la piel de mis brazos y de mis muslos. La fuerza de una erección sublime me dejó saber que todo era real. Mi pasado estaba de vuelta y el presente ya no me pertenecía. La excitación del momento me hizo olvidar el posible futuro, un futuro inexistente para ese entonces.

Todo se humedeció. Una voz femenina decía incoherencias a mis oídos. Dos voces femeninas. Tres voces femeninas, e incluso, una cuarta. Cerré los ojos y me olvidé del desangramiento. Viví la guerra como si fuese algo normal. Marché a paso decidido rumbo al final. Ocho tibios muslos suaves me envolvieron. Cuatro bocas me besaron abriéndose camino hacia mi pubis y con sus cuatro lenguas se divirtieron en un acto de promiscua felación. Me perdí.

Pensaba en un ángel hasta que el pensamiento se materializó. Ella estuvo asqueada por la situación. Pronto ya no la pude ver porque mis ojos se hundieron y las cuencas quedaron convertidas en enormes agujeros negros. Mis respiraciones disminuyeron, una sola inhalación me dejaba satisfecho por múltiples minutos. Ese era el ángel de la muerte; me gusta pensarla así. Un gemido de dolor ascendió desde mi estómago y explotó quebrando mi esternón en dos.

Me sentí increíblemente débil,  como si hubiese perdido la mitad de mi ser. Me sentí pequeño. Me sentí incompleto. Me fui disminuyendo al ritmo de las trompetas funerarias. Gruñí como un cerdo que se sabe víctima de un granjero hambriento. Los gemidos de otra figura hacían fondo a mis exclamaciones guturales. La tinta roja olía a excrementos. Mi corazón ya no estaba ahí. Mi cerebro jugaba con recuerdos. Millones de imágenes que tenían un movimiento repetitivo daban vueltas por mi cabeza. Senos enormes con pronunciados pezones eran agitados delante de mí. Mi erección provocaba una fuerte vibración, que siguió a la contracción de mis testículos adoloridos. Solo sangre. No había más nada que yo pudiese ofrecer.

El ángel se tornó hombre y se mantuvo al margen de la situación. Adoptó la postura de espectador. Quise pedirle que terminara con todo. No pude hablar. El proceso de autodestrucción fue lento.

Pasaron lo que para mí fueron interminables horas.

La figura que gemía se quedó en silencio. Ya no se escuchaba el chapoteo de su torpe arrastrar al otro lado de la habitación. Una parte de mi murió. Por mi imaginación vi su rostro. Escuché su frialdad. Lo difícil de verla caminar ignorando mi presencia. Era ella. No sabía que vivía dentro de mí; solo lo sospechaba. Tampoco supe prestar atención a los detalles. Y así el recuerdo de sonrisas y charlas interminables se quemó. El León se había rendido.

Las velas se apagaron. Sentí el calor del fuego quemar mis entrañas y aluciné con un parto. La autodestrucción era una ventana que se abría con lentitud misteriosa.

Exploté. Los dos lo hicimos.

Ambos estábamos del otro lado.

Ahora éramos personas distintas que acababan de abandonar una pequeña habitación de paredes sucias.

El proceso de autodestrucción no fue en vano.


Es un ciclo perpetuo de crecimiento. 

lunes, 23 de noviembre de 2015

Vuela Libre

Ella se desprendió sin avisar, como un ave que levanta un vuelo súbitamente para huir libre. Sus alas estuvieron dobladas por muchos años; era de esperarse. Siendo un captor bondadoso pretendí alimentarla y complacerla. Esperaba tan solo que un día le brillaran sus ojitos cafés al mirarme por la mañana, y que cuando estuviese lista, prefiriese no volar para quedarse conmigo. Sin embargo, la vida no es así. La vida es un juego de saludos y de despedidas.

Fue un placer verla crecer. Un gusto que ya más nadie podrá tener. También disfruté a su lado cada instante de magia al descubrir que poco a poco nos convertíamos en una misma persona; una fusión de colores que nos hacía reír, cantar y bailar; danza imaginaria, ya que tengo dos pies izquierdos. Fue un gusto acariciar sus cabellos, durante las extenuantes madrugadas calurosas, y besarle la frente; mi lugar favorito.

Me recuerdo envolviéndola entre mis brazos cuando los extensos días se prolongaban más de lo habitual. Ella esperaba ansiosa por mi tacto, hasta que un día algo se rompió.

“¿En dónde quedó el amor?” Es una pregunta que me hago a cada instante. La respuesta yace en mi interior: El amor, al igual que el petróleo, es un recurso no renovable. Se agota de pronto y ya no es posible volverlo a encontrar. Por lo menos no en la misma persona. El amor es una ilusión que traspasa los límites de su misma esencia para volverse tangible. El amor es gozo, y como todo lo bueno en esta vida se agota. Por lo tanto, el amor no se quedó en ningún lado, simplemente se evaporó.

No conviene quedarse pensando en lo que pudo haber pasado por demasiado tiempo. Si ella ahora vuela alto en el cielo, es porque su sueño era volar. Si ella ahora es feliz, entonces yo también lo soy, porque eso era lo que yo más quería en el mundo: verla feliz.

Todavía sueño despierto con su sonrisa, con sus enormes dientes incisivos centrales superiores. Sentía como mis pupilas los reflejaban cada vez que la hacía reír. Todavía me desvelo pensando en su caminar, ágil cuando estaba molesta y torpe cuando se embriagaba de paz. Todavía me acuerdo de las marcas de  su piel, esas que daban la ilusión de que su cuerpo era un mundo, con continentes inexplorados y que yo era un explorador en busca del lugar más feliz sobre el cual posar mi cabeza.

Ella ha volado lejos; lo acepto y lo entiendo. Aun así no quiero que me malinterpreten, todavía siento un profundo cariño por ella. Me arriesgo a decir que la amo; a lo mejor no como a la mujer que sería mi esposa en un par de años, sino como a una mujer a la que tuve la fortuna de conocer mientras todavía exhalaba inocencia. Han pasado los años y aun la veo así: Inocente y pura.

Podrán pasar mil mujeres con un millón de historias por mi cama, a lo mejor sentiré caricias que encierren toneladas de deseo, y es posible que algunos ojos multicolores escruten mi mirada perdida cuando dejo salir a la bestia que vive en mi mente. Pero ninguna va a ser igual a ella, porque cada persona es única a su manera. Porque su historia se escribió junto a la mía por más tiempo del que nuestro entorno pensó y por menos tiempo del que yo pensaba. Para mí ya no había calendario que importara, porque los días junto a ella eran infinitos, del sol a la luna y de nuevo al sol como un único día. Un día con veinte mil setenta y cinco amaneceres y atardeceres.

Ella despegó del suelo una tarde y no volvió sino hasta que había pasado un mes. Se posó en un árbol y silbó. Cantó su despida con una tonada triste, y no lo podía creer. La niña, ahora mujer, estaba lista para seguir adelante sin mí. Un beso de despedida. Recuerdos que para siempre arrullarán mis pensamientos. Así ella voló de nuevo, esta vez sin mirar atrás. Yo la vi perderse en un mar de nubes grises y  no la he vuelto a ver más. Como me gustaría saber si ahora es feliz. Si de verdad ahora vuela libre.


Si alguna vez pierdes las alas, recuerda que tienes un hermoso caminar.

L.F. Arias

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Compleción

La vida está compuesta por dos cosas fundamentales:
Tiempo y experiencias.
Las segundas aparecen siguiendo un libreto,
ocupando nuestro tiempo y llenando nuestra memoria.

Llega el momento de actuar,
y nos acobardamos.
La vida no se detiene,
por lo que después caemos arrepentidos.

Yo deseo irme esta noche a la cama con un recuerdo,
el de tu torso desnudo y el sabor a miel de tus labios.
Porque así me lo imagino,
dulce como el triunfo.

Deseo cerrar mis ojos oscuros
para recordarte sonrojada,
sentir a gusto la textura sedosa de tu cabello
sobre mi pecho expuesto
cuando de un movimiento a otro
me entregues la ilusión de la compleción.


Compleción
Quiero contemplarte entera,
dejar los complejos a un lado
para, tal cual aventurero,
explorar un cuerpo que me ha sido ajeno
durante todo este largo tiempo.

Me voy a deleitar con el aroma de tu piel,
con tus tímidos gemidos
y el tacto de tus pies
al rozar mis batatas.

Ya no quiero dejar pasar una nueva oportunidad,
ha sido suficiente cobardía,
y por ella ahora me encuentro acá,
posiblemente demasiado tarde.

No voy a mentirte,
deseo cavar profundo en nuestra amistad,
que las barreras sociales se caigan,
para encontrarte como realmente eres.

Deseo la experiencia de tu calor,
la de tu mirada clavada en mi boca.
Tu cuerpo sudando sin pudor,
deseo ser merecedor de tal placer.

Anhelo tu confianza.
Entregarme a la vez que tú lo haces.
Olvidar el tabú que viene adherido a la amistad,
la intimidad no romperá el hilo que nos une.

Hoy quiero actuar,
quiero llevarme tu recuerdo a la cama.
Quiero recordarte para toda la vida
sin barreras, sin excusas.
Solo tú y yo entrelazados
sin pensar en otra cosa más que
en lo que habíamos dejado pasar.

La vida es tiempo y experiencias,
deseos que llenan la memoria
y tentaciones que prometen satisfacción.

La vida eres tú, también la vida soy yo.
No la dejemos incompleta.

lunes, 26 de octubre de 2015

¿Todavía soñarás conmigo?

A veces llega el momento de decir adiós. Un adiós rotundo, no un acostumbrado “hasta luego”. Es natural encontrarnos siempre con una despedida que no deseamos, porque nada parece ser eterno y el anhelado “para siempre” resulta ser una ilusión que, tal cual una amputación, duele cuando te cortan y se agudiza cada vez que apreciamos el vacío en donde eso que estaba ya no estará más.

En ocasiones, no alcanza el tiempo para demostrar lo que sentimos. Las noches se hacen cortas y los días se extinguen como un fuego naciente, uno que prematuramente desaparece a la vista. Es algo normal el silencio, cuando nuestra lengua solo se mueve mientras nuestros labios están sellados, no salen las palabras y nuestros pechos se convierten de pronto en cajas fuertes; en bombas de tiempo que algún  día estallarán en llanto nostálgico mientras vemos partir el tren desde lados opuestos de la ventana.


Ha ocurrido que los ojos no ven aun estando abiertos. Las siluetas danzan en el exterior, pero no hay rostros ni sonrisas. No queremos ver, para poder dudar de las situaciones. La duda nos da el margen de error que necesitamos para morir en la agonía de un suspiro, y morir nos gusta. Morir es un placer hasta que la flor se marchita y la belleza de sus pétalos desaparece.


A veces nos ahogamos en un mar de infelicidad. Nunca nos enseñan a nadar. Nunca nadie cree en la inundación sino hasta que se encuentra sepultado bajo el agua. Las emociones se desbordan y el amor se transforma en rencor y éste en cariño, la luz pasa a ser oscuridad y después nos ilumina la comprensión. Todo lo bueno se vuelve malo y después se transforma en algo más. Todo en nuestro mundo está propenso a derrumbarse, pero no significa que no podamos volver a levantarlo cuando pase el temblor.

Alguna que otra vez hablamos de finales felices, ¿Cómo podemos hablar de finales así? Lo bueno nunca debería terminar, lo bueno debería durar por siempre, ¿Por siempre? Eso es una ilusión. Esa es la raíz del problema, sabemos que el partido dura noventa minutos, pero siempre queremos llegar hasta los penaltis, jugamos al empate, al cero a cero. Yo nunca he visto un final feliz después de una definición por penaltis. Yo nunca he sido feliz con algo que se termina, porque si era capaz de transmitir felicidad, si se sentía bien, entonces nunca debió terminar. 

Siempre alguien sufre. Es la crueldad que mueve al mundo, son las cuatro ruedas del carrito que nos transporta del nacimiento a la muerte. Los caminos se tuercen para mí. El destino ya no está a la vista y de nuevo comprendo la cruda realidad: “A veces deja de ser a veces y siempre deja de ser siempre, cuando las líneas del tiempo se cruzan y tú y yo nos quedamos atrapados en medio del colapso de nuestras creencias”.

Continuamente espero la sentencia con los ojos cerrados y los oídos atentos. Sentir como el filo del hacha corta el viento que transita por el espacio que separa al arma del verdugo de mi cuello me genera una poderosa excitación. Me genera un miedo que carcome mis entrañas. Me quedo esperando por ti, sabiendo que tú ya has estado esperando por mí. Estamos en el mismo sitio, pero ya no nos vemos. Es así como sé que la brisa en el andén ha aumentado porque el tren se acerca. Es así como tu sonrisa lejana se pierde entre la multitud y el “por siempre” se apaga.



Por momentos no me encuentro ni yo mismo, para luego reencontrarme viendo como meneas la mano derecha desde el otro lado de la ventana mientras el tren se aleja. Sueño con un mundo sin despedidas. Sueño despierto con conciliar el sueño y que en ese sueño aparezcas tú y el “por siempre” vuelva a encenderse para siempre.

Sucede seguido que sueño contigo. Sueño conque cogemos nuestras maletas y marchamos hacía el horizonte juntos. Sueño con una vida en la que el final nos agarrará viejos y satisfechos. Sueño contigo vistiendo trajes de baño enteros y sombreros anchos que cubran la delicada piel de tu rostro del sol caribeño. Sueño conmigo soñando contigo y que tú sueñas conmigo. Te sueño despierto. Anhelo tus labios y de pronto me sorprendo temiendo que algún de ellos escuche un “adiós”. 



De nuevo me descubro con miedo.

Pasan muchas cosas, pero ninguna es rutinaria, salvo el hecho de que siempre eres protagonista en las diferentes películas que mi viciosa menta crea, produce y dirige para mi entretenimiento.

Ven conmigo y olvidemos mis letras, mis palabras, mis miedos y mis sinsentidos. Acompáñame en la tarea de borrar todo esto que he expresado y dame inspiración para iniciar un nuevo párrafo feliz. Porque si bien tú no dependes de mí y yo no dependo de ti, eres la chispa que me enciende y la somnolencia capaz de hacer que en un abrir y cerrar de ojos, el conductor del tren que se desplaza lejos del andén en el que te despides de mí se duerma y mi viaje termine con repetidos giros trágicos y una explosión. Y Cuando las historias terminan con fuego, después de un tiempo solo quedan cenizas para recordar lo que fue.

El andén se ha quedado atrás. Parece que hemos perdido. Se apagan las luces. Todo termina y las palabras que te dije se las ha llevado el viento. Podríamos dar por hecho que la belleza del “por siempre” se marchitó. Podríamos darlo por hecho porque tú has decidido quedarte allá y yo he decidido estar acá. Porque mientras uno de los dos vuela, el otro quiere caminar. Porque el agua nos llega hasta el cuello y mientras uno nada al norte, el otro nada al sur. Pero no lo quiero dar por hecho.

Soñaré con tu recuerdo hasta la próxima estación, y si todavía sigo vivo, haré lo mismo hasta que las estaciones terminen y el tren de vuelta en la dirección en la cual meneabas tu mano a manera de despedida. Porque me rehúso a aceptarte lejos, puedo decir en conclusión que a veces no creo en las despedidas. Solo una incógnita queda en el aire, una variable "Y", un hilo suelto que muta en una simple interrogación: “¿Todavía soñarás conmigo?”. Me gusta pensar que a veces lo haces. 



lunes, 6 de abril de 2015

Estoy Aquí

     La frustración ha llegado metida en una caja forrada en papel de regalo; papel estampado con sonrisas hipócritas, globos y gorritos rojos y amarillos. El obsequio inesperado del fracaso. La ilusión de una victoria vacía, derrota moral conseguida con arañazos y gritos ásperos a los cuatro vientos. La música me embriaga lentamente, todo se transforma en oscuridad porque las luces que permanecen encendidas  están viciadas… porque ya correr no tiene sentido. Caminar es lo único que me queda.
     "El fracaso es un estado de ánimo" dicen quienes desean nuestro bienestar emocional, afirman que no existe y niegan que alguna vez lo hayan sentido. El agua les llega hasta el cuello. Un rinoceronte blanco inicia una estampida en sus salas de estar y el ruido les interrumpe el audio de sus comedias televisivas favoritas. Suben el volumen al máximo. Ellos escuchan solo lo que quieren escuchar y pretenden enseñarnos “la manera”, más bien “su manera” de entender una vida llena de trampas diseñadas por los titiriteros de la élite social.
     El descontento de sentirme el ganador con derecho de algo que me merezco, pero por supuesto, si es que no me han enseñado nunca a ganar; es por eso que corro al lado de los perdedores para darles palmadas en sus espaldas y hacerlos sentir mejor. He estado allí tantas veces que ya comienzo a creerme la realidad de que muy posiblemente las victorias no llegarán muy a menudo. Es una paradoja eterna, sí… la de ganar y aun sentirme como si mereciera haber perdido.
     La derrota es para mí el regocijo cobarde que inunda mi corazón todas las noches antes de caer inconsciente. La cobija es demasiado corta para protegerme de las debilidades de mi mente, el frío se mete por las plantas de mis pies y termina haciendo corto circuito con mis ideas confusas. Sueño con espejos reflejando mis ojos oscuros. Sueño muy poco, pero cuando lo hago crujen mis muelan, rechino mis dientes por el estrés. Sufriré un colapso antes de que alguien pueda evitarlo. Sufriré al partir antes de que alguien lo note porque soy silencioso al abandonar las habitaciones.
     El baile llega a mí cuando están por quebrarse mis rodillas. Nadie está cerca para evitar la estruendosa caída, pues todos están allí para verme chocar la nariz contra el suelo de concreto. El baile llega al ritmo de la percusión, tiemblo en el aire porque estoy saltando. Salto cada vez más alto mientras pienso en las mujeres que creí  haber amado; y en las que no. Sacudo mi cabeza cobardemente cuando me descubro a mí mismo con miedo a admitirlo, con temor a gritarlo. Caigo y de nuevo estoy solo.
     La música ruge, el público clama por mi intervención. Es habitual, es habitual que sea el hablador de la fiesta. Es recurrente… sonreír, coquetear, beber y perder los estribos. El bajo me hace sentir el sismo debajo de mis pies descalzos, sigo en cama… ¿en cuál cama? Son ya las 3:00 a.m. y la guitarra anuncia una entrada. Soy yo. Es ella. Es su silueta desplazándose lentamente hacia mí. Es mi lengua hinchándose por la excitación. ¿Estoy en el cielo? No.
     El engaño es la ilusión que me hace pretender que todo transcurre como debiera. Es la voz que me guía de vuelta a una realidad que amo tanto como la detesto, es el calor que de pronto se siente frío mientras transpiro por motivo de una asfixiante desesperación. ¿Quién soy?  Un hombre joven en pleno tránsito esquivando los carros de carreras; las banderas a cuadros. Soy la voz que se quiebra por motivo del placer que en ocasiones me resulta ajeno, porque estoy tan habituado a rendirme que me cuesta asumirlo como mío. Me cuesta aceptar ese regalo que me da ella. De allí a que ella susurre, apriete sus labios, rasguñe mi pecho y se aburra tras tan solo 15 segundos de mi abrumadora insatisfacción. Me cansa, me angustia, me decepciona esta perpetua insatisfacción.
     ¿Dónde estoy? Quiero creer que en donde debería estar, pero detrás de ese deseo insulso yo sé que no es así. Ahora ya sale a la luz esa verdad. ¿Qué se supone que debo hacer? Nadie debe ayudarme a responder esa pregunta. Lo repito: Me aburre, me angustia, me decepciona esta perpetua insatisfacción. Me enferma esta situación.

martes, 3 de febrero de 2015

Sonriente

La sonrisa que funciona como muralla, a veces se rompe, y cuando eso sucede me escondo. No vale la pena extenderse demasiado en una explicación, que bien puede realizarse de una manera bastante sencilla; si ya no se puede sonreír cuando las cosas no están saliendo bien, es entonces mejor retirarse a planificar una mejor estrategia. No necesariamente se podría asumir que huyo de los problemas, por el contrario, decido enfrentarlos por mi cuenta, como un vaquero.

Son seis las balas que carga mi revólver, algunas cuantas libras de peso. Nada para un brazo derecho bien entrenado en las artes de subir y bajar la muñeca; eso sin mencionar a los dedos mallugados de tanto teclear a lo largo de la semana. Una correa gruesa de la cual cuelga la funda al más salvaje estilo del oeste antiguo. Botas imaginarias que no impiden que el frío del piso me congele los pies. Estoy listo para el duelo, estoy listo para que me disparen, pues soy increíble en lo que respecta a esquivar balas enemigas.

Imagínenme sentado en una silla azul de esas que suben y bajan frente a un monitor de computador usando medias rotas en los talones y un short de jean al cual se le baja solo el cierre. Imagínenme disfrutando de fotos del pasado. Surge de pronto ese sentimiento de nostalgia al ver tantos rostros sonriendo a mi lado. Imaginen que yo empiezo a extrañarlos. Háganse una imagen mental de un rostro pintado de negro que no sonríe. Ejerciten sus capacidades imaginativas, ese rostro tenía una razón para estar tan serio.

La hipocresía del ambiente laboral enferma, es realmente infecciosa y termina ocasionándome vómitos aun cuando ya ella se ha quedado atrás. Pienso entonces, ¿será que fui yo? Sí, por supuesto que fui yo, pero eso no es lo importante. Sucede que ya el ciclo había terminado y más de uno quería dispararme por la espalda. Pido disculpas por tener una personalidad tan marcada, pido disculpas por ser tan peculiar, también aprovecho para mandarlos al carajo. No a todos, por supuesto que no, solo a un par de personajes que ahora describiré para continuar con nuestros ejercicios de creatividad.

Vamos a referirnos al villano número 1. Asumamos que su nombre es Macónri, una serpiente de lengua afilada. Muy bien, esta bestia disfruta de pasarse las tardes reptando por los callejones del pueblo en busca de víctimas a las cuales infectar con su veneno multicolor. Macónri, adora las camisetas ajustadas y te adula constantemente. Lo que no sabía Macónri es que mi arma estaba lista, lo que no sabía Macónri es que yo iba a partir antes de sufrir una picadura mortal. Lo que todavía no sabe Macónri es que no importa que tan rápido repte, se arrastre o nade, no podrá alcanzarme.

Vamos a referirnos a una víctima de la serpiente de camisetas ajustadas, alias Macónri; tenemos a Jazmín, una vaquera rebelde y de atrevidos pantalones de jean. Jazmín, pobre, dispara sin saber porqué, se contonea esperando adulaciones y respeto, mientras que el veneno de la hipocresía le corrompe cada Padre Nuestro matutino. Mandíbula de acero, le rechinan las muelas postizas y me apunta. Dispara a matar.

La sonrisa que funciona como muralla es más que un escudo, es un arma, es un engaño. Es la sombra que me cubre durante los días soleados, es la puerta secreta que nadie ha abierto. Es la carta que sirve para fundamentar mi truco antes de cantar una mano de póker ganadora. ¡A chupar se pueden ir! Hoy no será el día de mi muerte. La locura que corre por mis venas me mantiene vivo, me permite gozar de cada instante de la manera que cada uno merece ser gozado.

Imagínenme sentado en una silla de acero. Estoy usando unos pantalones azules y si gustan, imaginen algunos pelos de gato pegados en el área de los bolsillos. Eso es culpa de Alicia, mi compañera felina. Imaginen que uso una camisa blanca de rayas finas azules y una corbata oscura. Así me vestí el 15 de julio. Mis cabellos rizados se agitaron por la brisa y me lo disfruté. Fue una mañana tensa, ya no quería estar allí, pero tocaba continuar. Esa tarde conocí a un hombre que me ofreció la oportunidad de escapar y afrontar nuevos retos. Serían meses para descubrir que no tenía sentido permanecer atrapado, para armarme de valor y asumir que el final estaba cerca.

La historia avanzaba hasta el día 30 de octubre, cuando el rostro amargado me miraba fijamente a los ojos, cuando esa maldita serpiente fingía permanecer sumisa cuando ya sabía que la tormenta venía. Se movieron las ramas de los árboles y fui arrastrado por un tsunami. La trampa me la hicieron a mí. Pero resultaba ser que eso no me molestaba, resultaba ser que cada vez que me asfixiaba bajo el agua me sentía más libre. Tras morir esa parte de mí que quería ver muerta pude finalmente librarme de tantas emociones negativas. No podría explicarlo en palabras sin terminar armándome con un bate y yendo a partir unos cuantos rostros a la calle, lo que terminaría conmigo dentro de una celda compartida con unos 40 reclusos porque estamos en el tercer mundo.

No tiene sentido recordar las pesadillas. Ni que me entusiasmara asustarme de nuevo. Ya he despertado y me siento como un león, no como el eliminado equipo de béisbol, sino como la bestia que despedaza a sus víctimas bajo el abrazador calor africano. Hoy me siento feliz por el lugar en el que me encuentro. Hoy me siento contento con las personas que todavía permanecen en mi manada. Hoy solo he recordado a Macónri y a Jazmín por viejas fotos que todavía poseo porque soy un idiota acumulador de recuerdos.

Hoy veo mi sonrisa en algunas de estas fotos y se vienen a mi cabeza tantos recuerdos. Hoy me veo ahí parado al lado de algunas personas con las cuales no debí haber cometido el error de posar. Pero así soy yo; disfruto haciendo cosas incomprensibles. Yo sabía que algún día iba a mirar al pasado para recordar y me iba a gozar ese momento, porque ya estaría en el camino correcto mientras que las demás hormigas continuarían levantando las migajas. Allí está su rostro, en sus ojos se esconde la emoción de saber que me había quitado del medio y en los míos se nota claramente que aquella era una ansiada despedida.

Imagínenme ahora sonriente, rascándome la cabeza y pasando foto tras foto, sintiéndome como un vaquero esquivando balas. Sintiéndome como un león devorando a sus presas, sintiéndome satisfecho. Imaginen que todas mis seis balas dibujaron la silueta de Jazmín en un muro detrás de ella. Se le cayó la mandíbula y soltó su arma. Ambos viviremos para contarlo. Ambos somos ganadores esta noche.

Allí lo tienen, puede que me vean sonriendo, pero no saben que dentro de mi cabeza están pasando muchas cosas. Pero no saben si de hecho estamos acá conociéndonos mejor gracias a una lectura amena. Nadie lo sabe, quizá ya la vida haya terminado. Nadie sabe qué es lo que está pasando y eso es lo que lo hace divertido, eso es lo que hace que este tiempo que invierten de hecho ha sido de provecho y eso no es lo importante. Lo importante es que crean que así fue. Lo que cierra esta cantidad soberbia de cháchara es la idea central de que deben siempre confiar en que se encuentran en el camino correcto, porque solo con fe se llega a la tierra prometida, así se encuentre ésta en el medio del mar, en la cima de una montaña, entre un par de hermosas piernas o incluso se encuentre este lugar debajo de sus almohadas. A lo mejor solo lo encuentran en sus sueños.


Lo mejor es lo que pasa, mis amigos.


L.F. Arias (11-2014)