Acá
estamos, es el momento en el que nos encontramos en el final del camino, un
camino que se divide, que nos divide. Me encuentro con mis manos ocupadas, una
sostiene una flor y la otra una roca; roca de la cual me desprenderé en tan
solo un abrir y cerrar de ojos, una roca que cargo sin saber realmente por qué.
Mi mirada estudia tus gestos, los dos sabemos que no quieres partir, pero que
estoy en la obligación de no interponerme, porque sería cruel el forzar tu
permanencia en un estadio que ya se ha hecho muy pequeño, en el cual ya has brillado
todo lo que tenías que brillar, y en el cual yo no he sido digno merecedor de
tu gloria.
Sí,
acá estamos, compartiendo unos minutos que se alargan demasiado, tú detestas
las despedidas de borrachos y yo detesto la idea de resignarme con esta
derrota. Tú tan bella y yo tan, tan, y yo tan miserable. Soy tu admirador
aunque cuando llega el momento de abrazarnos no dure mucho porque me das
demasiado calor.
Es
así como de pronto compartimos una cama individual, con sonrisas infantiles e
intenciones un poco más adultas; así como te endulcé el oído tantas veces para
encontrarnos de pronto en medio de una ardiente pasión; vaya noches aquellas en
las que te dejaba doliendo las piernas y pidiendo repetición, vaya noches de
fiesta, en las cuales el manso ganso se convertía en un halcón, en las que el
lobo se descubría de su piel de oveja inocente y cenaba cual glotón. Vaya
noches que ahora lucen lejanas, vaya noches, mi amor.
Suelto
la roca resignado, hoy me encuentro con que soy el perdedor, el perdedor de
siempre que se reencuentra con su destino, el destino de perderte. Vaya días se
vienen, días de desolación; días en los que la vida me maltratará, así será, no
tendré ángel que me proteja, no estarás tú; no, no estarás tú.
Ya
caminas, ya te alejas, ya disfrutas de tu libertad, y es que te mantuve presa,
sumisa, vivías a mi voluntad; y no estaba bien, nunca podría haber estado bien,
porque no naciste para esto. Duele
finalmente admitir que tu partida es lo más sano para los dos, es la salida que
tanto hemos buscado, es el milagroso resultado del capullo que se abre, eres
tú, un bello ángel de alas grandes. Eres tú, y tu partida es nuestra salvación.
Ya
volteas a mirarme, es una agridulce sensación. Saber que es correcto lo que
hacemos aún cuando uno de los dos no esté satisfecho; pero tendríamos que
pensar en qué podría satisfacernos a los dos, no hay tal cosa, no es posible,
porque siempre tiene que haber un perdedor, y el perdedor no se lleva a casa un
trofeo, se lleva en cambio una
flor, una flor que se marchita, a la cual no la salva ni el sol. Una flor cuyos
pétalos se arrugan muy rápido, me genera mucha desesperación, el saber que
cuando muera, tu recuerdo se borrará, tu risa muda se volverá, tu tacto… será
como si nunca pasó, y así entonces nuestro amor, nuestro amor caerá en el
olvido, porque no podría vivir el resto de mis días con un corazón roto.
Con
tu nombre he bautizado a esta flor. Arrancaré uno a uno sus pétalos de camino a
casa, mi amor, para que cuando llegue todo sea como cuando todavía no existías.
Porque siendo un hombre incompleto puedo vivir pretendiendo que nunca gocé de
la fortuna de encontrarte, de encontrar a mi otra mitad; puedo vivir engañado,
ignorante. Pero vivir recordándote, no, mi Dios, no puedo. Prefiero ir
desprendiendo estos pétalos, rogando que
sean impares, para empezar con un te
quiero y terminar igual. Siento como la brisa
me arroja un beso que se escurre por mi mejilla izquierda y sigue su camino
hasta alojarse en las sombras que hacen vida en mi pecho. Te siento sin
conocerte, soñando tontamente con encontrarte, ilusionado con la vida que
alguna vez cruzará mi camino con el tuyo para que entonces podamos volverlo a
intentar; tú sabiendo que soy un idiota y yo teniendo nuevas oportunidades de
abrazarte hasta que mi corazón se derrita con el calor que emana tu piel blanca
durante los días calurosos.
Primer
pétalo cae, así siguen los demás, cada uno agranda el misterio, espero sepas
adónde vas, porque si mi plan llega a puerto de mi no te vas a escapar, porque
esta flor, ya ha muerto y el reloj ha
comenzado a andar.
Ahora solo tengo un sueño, es el sueño de
poderla encontrar. Mi Flor amada, así se llamaría ella, tendría mejillas
coloradas y una silueta discreta que luciría cada tarde al borde de mi cama.
Flor se llamaría ella, si la pudiese encontrar, mi vida sería bella, y nunca,
nunca, nunca, la podría olvidar.
¡Pero
mira, si hay 7 pétalos en el suelo! Espero que el que haya jugado con ellos
haya iniciado con un te quiero, en
ese caso no habría otro final, no habría un final más hermoso, no hay sentimiento
más sublime que ese que se produce bajo la ilusión del amor. No hay batalla que
no se pueda librar si uno la tiene a ella; Flor se llamaría ella, si la pudiese
algún día encontrar, no sería más un hombre incompleto, yo nunca, nunca, nunca,
la dejaría escapar; sería mi amor eterno, y con eterno me refiero a que no tendría
final. Me encuentro perdido en un camino que se me hace familiar, quizá si sigo
el sendero en el que se encuentra esa roca el destino me pueda premiar.
No
tengo nada que perder, sin embargo tengo mucho por avanzar. Voy sin miedo, a mi
Flor voy a encontrar.
¿Ustedes
creen en las segundas oportunidades?