Como un ardor muy fuerte, como
una abertura en el medio de mi esternón, como una esperanza que se quiebra poco
a poco contra los muros de una petición indecorosa; así se siente estar sentado
frente a ella en estos momentos. Mis ojos encuentran los suyos y no puedo
evitar este sentimiento de culpa que me posee, que se me monta sobre los
hombros y me hunde; siento vergüenza por esto, he caído en una trampa social,
soy una víctima que de un minuto a otro pasará a ser victimario.
Soy un rostro escondido entre las
sombras de una capucha, un cascarón vacío, una cría sin poder que sigue el
mandato de la mayoría; soy un cachorro que corre hacia la jauría aun cuando no
quiere pertenecer a ella. Mis ojos estudian su rostro y ella ni se lo imagina,
solo sonríe nerviosa esperando recibir alguna palabra que la aliente a
continuar con sus labores, pero hoy no es la tarde, hoy no es la tarde.
Mis venas se hinchan, estoy
molesto; y cómo no estarlo sabiendo que soy una casa vacía, una fruta verde. Si
tan solo ella pudiera utilizar sus ojos azules para mirar todo lo que estoy
sintiendo dentro de mí, si tan solo ella pudiera leerme como un libro, o si
pudiese ser el lapicero que escribió esas sugerencias penosas en mí, en la
libreta, en la hoja de reciclaje de turno. Soy el viento cuando llega a una
esquina y no se encuentra a sí mismo. Soy un suspiro que alivia y después se
pierde en la inmensidad del espacio.
Mis manos tiemblan debajo de la
mesa, aprieto mis rodillas para conseguir un poco de confort, pero no lo
encuentro, porque soy un reo que intenta escapar, pero al que han descubierto y
ahora castigan con golpes y patadas al hígado. Soy un toro que salta a la arena
sabiendo que va a morir; no, es peor aún, soy un maldito torero desenvainando
su espada cobarde y ella, mi amiga, es la víctima por la que corean un montón
de viejas morbosas desde las gradas.
Ven a mí, dame una fuerte
estocada que alivie mi pesar y me dé una excusa para huir en los brazos de los
payasos. No lo harás, no lo harás, amiga, estás muerta sin saberlo y yo muero
por saber. Yo muero con cada gota de sudor que rueda por mi pecho y se ve
absorbida por mi camisa de cuadros azules y blancos que tú, mi amiga, acabas de
alabar. Es la suerte del que ignora que el asesino lo asecha desde su
escondite.
Una sonrisa suya me estrella de
frente a una sensación muy poderosa de frustración, su chaleco color turquesa
luce impecable, está vestida para recibir las buenas nuevas y yo soy el juez
que no tiene nada bueno para decir. Un silencio incómodo aparece luego de
escucharla preguntarme: ¿Hay algo que me
tengas que decir?, sí, amiga, y respiro hondo, respiro buscando que ya mis
pulmones no puedan recibir más aire, me ponga azul, y me asfixie… soy el torero, tengo
un 90% de posibilidades de salir ileso; soy un buen torero.
Ya lo he dicho, he caído en la
trampa social, mi querida amiga, parecía estar escrito que no durarías muchos
minutos en estos lares, perecía decretado que la sombra de tu predecesor
opacaría tu destino y es por eso que hoy debo pedirte que te vayas, porque a
pesar de que te estimo, porque a pesar de que te he llegado a querer, amiga, la
multitud reclama tu sacrificio para saciar su sed de odio, de maldad; para
sentir que ellos y solo ellos tienen la razón en esta contienda. Así que ha
llegado la hora de decir adiós, de abrazarnos y hacernos una promesa,
prometernos que nos volveremos a encontrar en un futuro cercano.
Estás despedida, querida amiga,
mis mejores deseos para ti.