La sonrisa que
funciona como muralla, a veces se rompe, y cuando eso sucede me escondo. No
vale la pena extenderse demasiado en una explicación, que bien puede realizarse
de una manera bastante sencilla; si ya no se puede sonreír cuando las cosas no
están saliendo bien, es entonces mejor retirarse a planificar una mejor
estrategia. No necesariamente se podría asumir que huyo de los problemas, por
el contrario, decido enfrentarlos por mi cuenta, como un vaquero.
Son seis las
balas que carga mi revólver, algunas cuantas libras de peso. Nada para un brazo derecho
bien entrenado en las artes de subir y bajar la muñeca; eso sin mencionar a los
dedos mallugados de tanto teclear a lo largo de la semana. Una correa gruesa de
la cual cuelga la funda al más salvaje estilo del oeste antiguo. Botas
imaginarias que no impiden que el frío del piso me congele los pies. Estoy
listo para el duelo, estoy listo para que me disparen, pues soy increíble en lo
que respecta a esquivar balas enemigas.
Imagínenme
sentado en una silla azul de esas que suben y bajan frente a un monitor de
computador usando medias rotas en los talones y un short de jean al cual se le
baja solo el cierre. Imagínenme disfrutando de fotos del pasado. Surge de pronto
ese sentimiento de nostalgia al ver tantos rostros sonriendo a mi lado.
Imaginen que yo empiezo a extrañarlos. Háganse una imagen mental de un rostro
pintado de negro que no sonríe. Ejerciten sus capacidades imaginativas, ese
rostro tenía una razón para estar tan serio.
La hipocresía
del ambiente laboral enferma, es realmente infecciosa y termina ocasionándome
vómitos aun cuando ya ella se ha quedado atrás. Pienso entonces, ¿será que fui
yo? Sí, por supuesto que fui yo, pero eso no es lo importante. Sucede que ya el
ciclo había terminado y más de uno quería dispararme por la espalda. Pido
disculpas por tener una personalidad tan marcada, pido disculpas por ser tan
peculiar, también aprovecho para mandarlos al carajo. No a todos, por supuesto
que no, solo a un par de personajes que ahora describiré para continuar con
nuestros ejercicios de creatividad.
Vamos a
referirnos al villano número 1. Asumamos que su nombre es Macónri, una
serpiente de lengua afilada. Muy bien, esta bestia disfruta de pasarse las tardes
reptando por los callejones del pueblo en busca de víctimas a las cuales
infectar con su veneno multicolor. Macónri, adora las camisetas ajustadas y te
adula constantemente. Lo que no sabía Macónri es que mi arma estaba lista, lo
que no sabía Macónri es que yo iba a partir antes de sufrir una picadura
mortal. Lo que todavía no sabe Macónri es que no importa que tan rápido repte,
se arrastre o nade, no podrá alcanzarme.
Vamos a
referirnos a una víctima de la serpiente de camisetas ajustadas, alias Macónri;
tenemos a Jazmín, una vaquera rebelde y de atrevidos pantalones de jean.
Jazmín, pobre, dispara sin saber porqué, se contonea esperando adulaciones y
respeto, mientras que el veneno de la hipocresía le corrompe cada Padre Nuestro
matutino. Mandíbula de acero, le rechinan las muelas postizas y me apunta.
Dispara a matar.
La sonrisa que
funciona como muralla es más que un escudo, es un arma, es un engaño. Es la
sombra que me cubre durante los días soleados, es la puerta secreta que nadie
ha abierto. Es la carta que sirve para fundamentar mi truco antes de cantar una
mano de póker ganadora. ¡A chupar se pueden ir! Hoy no será el día de mi
muerte. La locura que corre por mis venas me mantiene vivo, me permite gozar de
cada instante de la manera que cada uno merece ser gozado.
Imagínenme
sentado en una silla de acero. Estoy usando unos pantalones azules y si gustan,
imaginen algunos pelos de gato pegados en el área de los bolsillos. Eso es
culpa de Alicia, mi compañera felina. Imaginen que uso una camisa blanca de
rayas finas azules y una corbata oscura. Así me vestí el 15 de julio. Mis
cabellos rizados se agitaron por la brisa y me lo disfruté. Fue una mañana
tensa, ya no quería estar allí, pero tocaba continuar. Esa tarde conocí a un
hombre que me ofreció la oportunidad de escapar y afrontar nuevos retos. Serían
meses para descubrir que no tenía sentido permanecer atrapado, para armarme de
valor y asumir que el final estaba cerca.
La historia
avanzaba hasta el día 30 de octubre, cuando el rostro amargado me miraba
fijamente a los ojos, cuando esa maldita serpiente fingía permanecer sumisa
cuando ya sabía que la tormenta venía. Se movieron las ramas de los árboles y
fui arrastrado por un tsunami. La trampa me la hicieron a mí. Pero resultaba
ser que eso no me molestaba, resultaba ser que cada vez que me asfixiaba bajo
el agua me sentía más libre. Tras morir esa parte de mí que quería ver muerta
pude finalmente librarme de tantas emociones negativas. No podría explicarlo en
palabras sin terminar armándome con un bate y yendo a partir unos cuantos
rostros a la calle, lo que terminaría conmigo dentro de una celda compartida
con unos 40 reclusos porque estamos en el tercer mundo.
No tiene
sentido recordar las pesadillas. Ni que me entusiasmara asustarme de nuevo. Ya he
despertado y me siento como un león, no como el eliminado equipo de béisbol,
sino como la bestia que despedaza a sus víctimas bajo el abrazador calor
africano. Hoy me siento feliz por el lugar en el que me encuentro. Hoy me
siento contento con las personas que todavía permanecen en mi manada. Hoy solo
he recordado a Macónri y a Jazmín por viejas fotos que todavía poseo porque soy
un idiota acumulador de recuerdos.
Hoy veo mi
sonrisa en algunas de estas fotos y se vienen a mi cabeza tantos recuerdos. Hoy
me veo ahí parado al lado de algunas personas con las cuales no debí haber
cometido el error de posar. Pero así soy yo; disfruto haciendo cosas
incomprensibles. Yo sabía que algún día iba a mirar al pasado para recordar y
me iba a gozar ese momento, porque ya estaría en el camino correcto mientras
que las demás hormigas continuarían levantando las migajas. Allí está su
rostro, en sus ojos se esconde la emoción de saber que me había quitado del
medio y en los míos se nota claramente que aquella era una ansiada despedida.
Imagínenme
ahora sonriente, rascándome la cabeza y pasando foto tras foto, sintiéndome
como un vaquero esquivando balas. Sintiéndome como un león devorando a sus
presas, sintiéndome satisfecho. Imaginen que todas mis seis balas dibujaron la
silueta de Jazmín en un muro detrás de ella. Se le cayó la mandíbula y soltó su
arma. Ambos viviremos para contarlo. Ambos somos ganadores esta noche.
Allí lo
tienen, puede que me vean sonriendo, pero no saben que dentro de mi cabeza
están pasando muchas cosas. Pero no saben si de hecho estamos acá conociéndonos
mejor gracias a una lectura amena. Nadie lo sabe, quizá ya la vida haya
terminado. Nadie sabe qué es lo que está pasando y eso es lo que lo hace
divertido, eso es lo que hace que este tiempo que invierten de hecho ha sido de
provecho y eso no es lo importante. Lo importante es que crean que así fue. Lo
que cierra esta cantidad soberbia de cháchara es la idea central de que deben
siempre confiar en que se encuentran en el camino correcto, porque solo con fe
se llega a la tierra prometida, así se encuentre ésta en el medio del mar, en
la cima de una montaña, entre un par de hermosas piernas o incluso se encuentre
este lugar debajo de sus almohadas. A lo mejor solo lo encuentran en sus sueños.
Lo mejor es lo que
pasa, mis amigos.
L.F. Arias (11-2014) |