Surf en SD

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La vida está en el camino.

jueves, 14 de marzo de 2013

Mentes en Formación

Así como cuando un suspiro se traslada de una boca femenina hasta la ventana más cercana, de esa manera entraba la brisa aquella mañana al salón de clases; unos doce jóvenes ocupaban los pupitres, doce mentes en formación; el profesor Argenis Mentado se paseaba de un lado al otro del pizarrón, exclamando citas bíblicas, diciendo cualquier cantidad de cosas que no venían al caso. A él le encantaban las audiencias grandes, pero no le quedaba de otra, le tocaba conformarse con esos doce muchachos; allí estaban ellos, doce mentes en formación

Ricardo, Gonzalo y Esteban habían sido amigos desde que ingresaron como nuevos a la escuela a principios del bachillerato, eran tres jóvenes promesas del fútbol, cada uno era vital en el esquema del profe Huertas - el entrenador - y él se los hacía saber siempre con orgullo "- ustedes son mis muchachos, cómo los voy a extrañar -" quizás se sentía triste porque la nueva generación carecía de talento.

María, Estefanía, Carolina y Samantha eran como hermanas desde hacía ya dos años escolares, todo lo compartían, hasta los novios, la última víctima había sido un muchacho universitario llamado José Elías, un guevón de esos a los que las mujeres utilizan como juguetes; a él le dio igual pues se terminó cogiendo a las cuatro. Vaya pendejo, ¿acaso no sabe de todas las enfermedades que tienen su nido entre las piernas de muchachitas como esas?

 Carla y Julián eran novios, ya tenían 4 meses de relación, a ella siempre le gustó él y bueno, cuando él se separó de una chiquita de tercer año le quedó el camino libre, hacían una bonita pareja joven, sobre todo porque los dos eran muy aplicados y habían sido admitidos en una de las universidades más importantes de Venezuela - el nombre me lo reservo – era una lástima su descuido en la cátedra de matemáticas.

Cristina y Ana eran lesbianas, pero eso no las hacía pareja, cuentan entre pasillos que alguna vez lo fueron, pero que al darse cuenta de que funcionaban más como amigas decidieron permanecer así. 

Oswaldo era un solitario, le gustaban los jueguitos de computadoras y ver pornografía cuando no había nadie en su casa - cosa que pasaba muy a menudo - él no valoraba a ninguno de sus compañeros de clase, y de allí es de donde nace este relato, pues ese muchacho se dio cuenta de algo que muchos dejan pasar, el sistema educativo nacional es una mierda.


- …Y porque dijo Cristo una vez mientras los romanos hijos de puta lo clavaban a una cruz... - decía el profesor Mentado
- Menos mal que es el penúltimo día de clases - aprovechaba Gonzalo para comentarle a sus compañeros en voz baja
-Sí, nuestro último día de colegio es mañana - respondía Ricardo un poco desanimado
- Cuando comience la universidad nos vamos a arrepentir - Agregaba Esteban
- ¡Muchacho gafo! - Bramó Gonzalo - si lo que se viene es tremendo año sabático 
- ¡Ajá! Gonzalo, el número diez...- el profesor Mentado siempre hacía alusión al número de su camiseta - le apuesto a que no está prestando atención a las palabras del señor

Todos los alumnos lo miraron.

-Yo, eh...
-Señor número diez, ¿nos haría el honor de pasar al frente y comentarnos acerca del espíritu santo?
-Eh...
-Eso supuse, usted es un burro, un animal que mete goles, si no fuese por eso ya ni estaría acá 

Por eso y por los incontables sobornos a profesores que había hecho durante su carrera escolar, Mentado no se equivocaba, en efecto, el señor Gonzalo formaba parte de la nueva generación basura, esa que no conoce el respeto y que por eso no respeta aquellas cosas que simplemente deben ser respetadas, no conoce ni el valor ni la importancia de la sabiduría, de la buena educación, ¿y cómo culparlo? a él nadie lo enseñó.

Solo unos cuantos se salvan, y tienen la suerte de una buena instrucción. ¿Eres uno de esos?

-Ya que el señor Gonzalo "diez" - hizo señas de comillas con sus dedos - ignora la grandeza del omnipresente y magnifico espíritu de los altos cielos, voy a darle la oportunidad de explicarnos todo a la parejita del salón - señaló con su dedo huesudo a Carla y a Julián
-Eh, bueno... - Carla no podía hablar por la sorpresa
-¡Ah! pero claro, si andan besuqueándose mientras yo hablo  
-No, qué va, profe, sí estábamos prestando atención - le refutó Julián
- Conque sí, ¿eh? Explíquemelo entonces, jovencito

Julián se levanto de su asiento.

-Bueno, señor, el espíritu santo es conciencia y sabiduría, es casi tangible, a pesar de no ser real... - uh, se equivocó al decir eso
-¿No es real? - los ojos casi se le explotan al profesor Mentado - Usted es aún más burro que el chico "diez", vaya a sentarse carajo - se cubrió la cara con la palma de su mano - Oiga, Cristina, usted sí sabe, pase al frente

Cristina miró a Ana y caminó al frente del salón.

-Este...- cruzó las piernas - yo... - miró al profesor - Yo creo que el espíritu santo es una figura divina, rica en sabiduría.
-Muy bien, Cristina - metió sus manos en los bolsillos de su pantalón azul oscuro muy desgastado - ¿Tú crees en dios?
-¿Yo?
-¡No! ¡El cacique Guacaipuro, Mijita!
-Eh... - dudó - sí
-Eso no se duda, hija, no sea brutica.

La campana sonó.

-Bueno, muchachos, mañana es el examen final de nuestra materia, ya saben, matemáticas, y de nuevo le repito que dios está en todas partes y por eso es que también está en nuestras clases numéricas - sonrió como si hubiese dicho un gran chiste - Los espero mañana temprano después del recreo, y estudien, para no llevarlos a reparación.


Las calles de una ciudad venezolana se tiñeron de colores escolares, como siempre en la hora del almuerzo. Algunos se iban a sus casas, otros se iban a reunirse con sus amigos y otros tenían asuntos que atender. 

Gonzalo fue uno de los que tenían asuntos que atender; él tenía la experiencia, el recorrido de los 5 años de bachillerato sobre sus hombros masculinos; él ya sabía que el profesor Mentado los iba a clavar, eso era inminente, por eso no estudió con Ricardo y Esteban. Perder el tiempo no estaba en sus planes.

La parejita del salón estaba ansiosa, pues la casa de Carla estaba sola aquella tarde; Julián era del tipo de muchacho bobo que no insistía mucho, pero igual no hubiese tenido que insistir porque Carla sentía un calor incontrolable entre sus piernas. Así planeaban pasar la tarde ignorando el examen del profesor Mentado, pues ellos ya también sabían que el examen estaría imposible de pasar. Perder el tiempo no estaba en sus planes.

Cristina y Ana fueron a pasear por el parque del este, eso hacían cuando no tenían nada mejor que hacer, de todas formas la mañana del día siguiente estaba escrita, ellas dos creían en el destino, eso y Ana tenía que confesarle a Cristina que había conocido a un muchacho muy apuesto el fin de semana anterior. ¿Cuestionar su sexualidad? Un drama. Perder el tiempo no estaba en sus planes.

María, Estefanía, Carolina y Samantha, hicieron lo que muchos, se reunieron en casa de un amigo, Felipe Guanches, un malandrín de esos que buscan carajitas de colegio para sentirse más hombres – un pobre perdedor – Carolina estaba muy decidida, ese muchacho mayor sería suyo, si hubiese sabido en lo que pensaban sus amigas, esas aves de carroña esperaban el desenlace de esa historia para luego abalanzarse  sobre la presa. ¿Pensaban en el examen de matemáticas? En lo personal creo que cierta parte de sus cuerpos no las dejaba pensar con claridad.

Oswaldo hizo lo que ninguno de sus compañeros; fue a casa, claro que ésta estaba vacía, lo que le supuso una breve distracción, ¡vaya muchacho! Pero dentro de lo que cabe se esforzó, él quería entrar en la universidad, a pesar de ya haber descubierto que el sistema tendía trampas, era corrupto, sucio. Las tetas de Savara Whitelung le ayudaban a sobrellevar esa frustración. ¿Para qué esforzarse si ya todo estaba escrito? El profesor Argenis Mentado era una rata vil. Los iba a raspar, pero estudiar era lo justo, eso era lo correcto, eso era lo que debía hacer. Lo hizo.


Cuando la mañana siguiente llegó, el trío de futbolistas estaba reunido en una esquina del patio, las lesbianas se retocaban el maquillaje en el baño de las chicas, la parejita se comía a besos en el salón de 4to año que siempre se quedaba despejado a esas horas y las cuatro amigas hablaban acerca de sus siguientes parejas, porque ya le tenían puestos los ojos a unos muchachos del club – Y a Felipe, que trucos no estarían dispuestas a enseñarle, les temblaban las piernitas-. Oswaldo estaba estudiando cerca del final del patio y no pudo evitar escuchar una conversación.

 - ¿La tienes? - le preguntaba Ricardo a Gonzalo
 -  Pues, claro, pendejo
 - ¿Cuando se la vamos a dar? - preguntó Esteban
 - Antes de comenzar el examen - comentó Gonzalo
 - ¿Será eso suficiente? - dudó Esteban
 - Eso fue lo que me pidió - Gonzalo  se encogió de hombros – Ahora toca esperar a ver si pasamos hoy o luego.

Ricardo y Esteban habían chocado contra algunos ejercicios del libro de Hoffmann, como les había dicho Gonzalo, no tenía caso estudiar, pues ningún dios en el que pudieran creer los iba a ayudar a pasar ese examen.

Oswaldo ya sabía lo que estaba pasando. Se alejó y se topó con Cristina y Ana, quienes salían del baño de las mujeres, muy bien maquilladas por cierto. Pudo escuchar un par de cosas.

- ¿De verdad vamos a hacer eso? – Preguntó Ana
- Sí, ya la compré, es la última materia que nos falta, ¿o quieres raspar la materia? – le respondió Cristina

Ambas le sonrieron a Oswaldo, el solitario del salón. Él ya sabía lo que pasaba. Siguió caminando.

Por cuestiones de distribución de las aulas, pasar cerca del salón de 4to año era inevitable, y la tentación de mirar hacia dentro era muy grande; algunos ruidos de esos que él tantas veces había escuchado salir de su computadora lo invitaban. Lo que vio era parecido a lo que esperaba ver, digamos que así se había imaginado los senos de Carla en sus ratos de ocio, no se veían mal, pero no debía quedarse mirando, eso no estaba bien. Se alejó y siguió caminando, era evidente que a ellos poco les importaba el examen del profesor Mentado.

¿Saben? Ese es nuestro sistema, y esta es nuestra verdad, mentes en formación están siendo deformadas todos los días, quizás hasta nos ha pasado y no nos damos cuenta; Oswaldo sí se dio cuenta. ¿Cómo es posible que para repetir un grado un alumno de bachillerato tenga derecho a diez mil repeticiones? Esa es la razón de nuestros bachilleres mediocres, porque el colegio no pasa por ellos, ellos solamente pasan por el colegio y calientan sus pupitres.

El timbre sonó al tiempo que Oswaldo estaba llegando al marco de la puerta del salón de matemáticas, allí estaban María, Etefanía, Carolina y Samantha, debo agregar que ellas siempre eran las últimas en llegar a clases, y que quizás la única fórmula que conocían era esa que muchos se toman a chiste, dos idiotas haciendo el amor es igual a un embarazo - Carolina ya había pasado por un aborto - y esa es nuestra verdad, esa es la pobreza, esa es la miseria de una sociedad que no funciona. Hogares rotos, muchos de ellos. Piernas abiertas, que no se cierran.

Oswaldo temía que lo que él pensaba fuese una verdad, prefería pensar que no; él tampoco era un santo, si abren su gaveta del cuarto verán algunas de sus revistas favoritas. Pervertido.

El examen comenzó catorce minutos después.

Pasó una hora. La parejita se veía acalorada, ciertamente no tenían cabeza para afrontar el examen; los futbolistas tampoco, parecían cavernícolas luchando contra una bestia. Ellos cinco entregaron primero.

Quince minutos después cayeron Cristina y Ana, eso se veía venir, se pasaron todo el examen mirando los enunciados, cualquiera hubiese pensado que no sabían hablar o leer en el idioma español.

Las señoritas María y Carolina fueron las primeras en entregar de su grupo, creo que las destrozaron con la simple pregunta uno, pobrecitas, luego sus dos amigas cayeron derrotadas también.

Oswaldo luchó durante dos horas, se pasó los primeros quince minutos tratando de sacarse imágenes lascivas de su cabeza propensa a distraerse, pero cuando lo consiguió se enfocó en la parte sencilla del examen, la resolvió y luego continuó con lo difícil. Fueron dos horas de agonía.

El profesor Mentado los bombardeó con polinomios, radicación, ecuaciones de segundo grado con una incógnita, sumatorias, inecuaciones y otras vergas, un examen para dejarlos knocked-out a todos, menos mal que no quería llevarlos a reparación. Creo que si alguien lamentó más ese examen fue su mamá, porque los doce estudiantes le mentaron la madre mentalmente.

Fueron dos horas de agonía en lo que pudiese haber sido el último día de clases si pasaban matemáticas, pero no, nadie pasó el examen, la mejor nota fue un 08 de Oswaldo, el pobre muchacho no pudo; no vale la pena mencionar las demás notas.

-Dan pena, jóvenes - les dijo el profesor Mentado después de corregir los exámenes rápidamente - ¿ustedes creen en dios?

Todos respondieron que sí al unísono. 

-Entonces pónganse a rezar porque el examen de reparación va a estar candela, van a quedar viendo números por días - soltó una enorme carcajada - hasta la próxima semana 

Muchas cosas sucedieron durante esos días, cosas que como todo lo que es malo, se esparcieron a muchos oídos, incluidos los de Oswaldo, el solitario, ni una paja se hizo en siete días de tanto que estudió.

Oswaldo no supo cómo pasó, ni cuando pasó, ni de quién fue la idea, pero lo que sí sabía era que ese profesor Mentado se traía algo entre manos, esa calva brillante se había maquinado una movida maestra, poco silenciosa, pero sutil como cada una de las movidas que son tan obvias que nadie las ve. ¿De dónde salen esos hombres como Argenis Mentado? ¿Llevarlos a reparación fue parte de su plan? ¿Necesitaba tiempo para conseguir lo que quería?

El clima era tenso, pero alegre, algo había sucedido y Oswaldo creía saber qué, era una fiesta silenciosa, una celebración odiosa la que tenían sus once compañeros, ¿era eso justo? Once mentes en formación volverían a quedarse vacías, once jóvenes continuarían su camino sin haber cumplido con las exigencias que aparecen en el papel, porque es muy diferente lo que aparece en los planes de estudio, es muy diferente la amistad que tenían Mentado y el coordinador académico, el sistema no funciona, señores.


Todo sucedió durante la entrega de los exámenes de reparación. Oswaldo se lo dijo bien claro al profesor Argenis Mentado. No se pudo aguantar.

-Muchachos, ustedes sí creen en dios, puro 16 y 18, me reventaron ese examen, aunque admito que estaba mantequilla, me ganaron una, me ganaron, muchachos, felicitaciones.

Todos sonrieron de manera  cómplice.

-Ya son bachilleres, mis hijos de dios, pero no se alejen del camino que Jesús nos dibujó, apéguense al estudio y solo así conocerán la verdad - les aconsejó

Todos permanecieron en silencio. 

Una voz lo rompió.

-Oiga, profesor - era la voz de Oswaldo
-¡Oh! eres tú, oswaldito, es que nunca hablas
-¿Usted cree en dios?
-¿Qué clase de pregunta es esa? - se mostró muy ofendido - no se ponga a jugar conmigo, muchacho
-Respóndame
-Claro que creo en dios, muchachito necio, por eso fuiste el peor de la clase
-Mi doce fue mío, y nunca será mejor que un 16 o un 18 comprado

Todos lo miraron con rabia.

-¿Qué dices? - El profesor Mentado lo miró fijamente, como analizando cada pequeña línea de expresión de su cara inocente
-Yo solo digo que mi doce es una nota honesta, señor
-¿Y las demás qué son?
-Eso lo debería saber usted
-Y claro que lo sé, carajito abusador... - Oswaldo lo interrumpió
-¿Dios se acuesta con menores de edad? 

Un silencio sorpresivo se adueñó del interior del aula.

-Ahora sí que me has ofendido, ¡carajito de mierda! – Exclamó el profesor Argenis Mentado muy molesto
-¿usted cree en dios? – volvió a preguntar muy tranquilamente Oswaldo

El profesor Mentado marchó a paso firme hacia el puesto de Oswaldo.

-¿Dios acepta botellas de whisky para pasarle materias a sus alumnos? – Dijo cínicamente el muchacho solitario

El profesor Mentado llegó al puesto de Oswaldo.

-Señor...- Se miraron fijamente - Usted es un mentiroso, usted no cree en dios; usted, señor, fomenta la mediocridad. Usted es una mierda.

Y así el sistema había sido desenmascarado, el profesor Mentado era una figura más, un corrupto más, un agente destructivo de esos que como parásitos invaden un cuerpo, un aula en este caso, infectando a lo más preciado que tiene una sociedad, sus jóvenes. Doce mentes en formación estuvieron bajo su tutela, ¿Qué aprendieron?

En un deseo profundo, Oswaldo deseó que las botellitas que le habían regalado los futbolistas, las lesbianas y la parejita del salón al profe, le dieran diarrea y que las cuatro putitas le hubiesen contagiado gonorrea a ese hombre sucio que se escondía detrás de las palabras sagradas que recogía de uno de los libros más importantes del mundo, no hace falta decir cuál es.


"Las botellas de whisky deberían ser más caras, así pasar de año escolar se haría más difícil para algunos estudiantes".

“En un acto de valentía todos debemos afrontar aquellos problemas que consideramos importantes, pero primero ¿qué es realmente importante para ti?”

L.F. Arias


Una Tarde en el Bachillerato (como 6 años han pasado)

lunes, 25 de febrero de 2013

Ese Niño Paseó por la Ciudad Vistiendo su Camisita Blanca del Colegio y una Enorme Confusión

Otra vez el gallo cantaba en lo alto del cerro, dicen algunos burgueses que la vida en los barrios altos de la ciudad de Caracas es como la vida de algunos pueblerinos del interior de un país conocido por poseer las reservas de crudo pesado más grandes del mundo, Venezuela, la pequeña Venecia. Todos vemos como los ríos se secan; así es nuestro presente, pobre; pero aquella mañana ese maldito gallo cantaba con desesperación. ¿Cantaba aquel gallo?, a Rosalinda le estaban propinando otra buena paliza; Rigoberto había vuelto a llegar borracho a eso de las 4:47 de la madrugada (el coño de su madre). ¿Cantaba aquel gallo o gritaba con desesperación para que algún vecino interviniera?

Otra vez las gatas en celo maullaban sin un dejo de pudor; así los gritos y el llanto de Rosalinda eran omitidos por los habitantes de los ranchos vecinos. Otra mañana de lunes, otro enorme vacío en el pecho de Pedro (Pedrito le decía su mamá), con tan sólo 8 años ya tenía que vivir soportando tantas cosas; sin padre, sin hermanos, con miedo, solito; aislando sentimientos encontrados porque no conseguía comprenderlos (eso que sentía era odio, era rabia y frustración, él simplemente creía que estaba triste).

Pasaba de nuevo que sus pies descalzos se enfriaban al hacer contacto con la piedra helada a la que en su casita llamaban piso, no era cerámica ni granito, como en las casas de clase media, él caminaba en piedra rugosa fría y sucia; así siempre tenía las plantas de sus pies manchadas y si no tenía cuidado tropezaba con otro rastro de sangre seca de Rosalinda. Vaya vida que le toca a algunos, y después dicen que todos somos iguales.

De nuevo le tocó omitir la escena que ocurría en lo que él y su mamita llamaban cocina (un chiquero que no se puede describir, digamos que allí cocinaba su mamá y por eso le llamaban cocina), allí estaba Rigoberto chupándole una teta a Rosalinda, pidiendo perdón por todos los golpes borrachos sin sentido, y ella secándose las lágrimas, como si eso fuese cosa normal, ella rendida ante aquella situación cotidiana, rutinaria tal vez.

En el baño (si es que eso es realmente un baño) Pedrito se cepilló los dientes a medias y se puso unas medias (que tenían huequitos en la parte del talón) después de lavarse los pies con agua que Rigoberto había recogido en un tobo azul marino grande. Salió a paso decidido para no voltear hacia la cocina. No vio nada, gracias a dios.

De vuelta en su camita lloró un poquito, pero se secó las lágrimas porque los niños grandes no lloran, porque él era un varón, porque... Bueno, vale, no debían verlo con esos ojitos hinchaditos; nadie debía saber que algo había vuelto a pasar en su casa porque mamita le pidió que no contara nada a nadie, porque Rigoberto era un buen hombre, un mejor padre que ese hijo de puta que la abandonó después de enterarse que la había preñado ("¡sape gato!" habrá dicho aquel hombre cobarde). Pedrito amaba a su mamá, y por eso nadie debía nunca conocer las cosas raras que le apretaban su corazoncito cada vez que a su mamita le estaban dando una tunda.

Sus manitas húmedas abotonaron su camisita blanca, esa de su uniforme del colegio, la única que tenía para todo el largo año escolar. Lloró un poquito más, simplemente no pudo evitarlo. Se secó los ojos cuando se sintió más tranquilo y se puso el pantaloncito azul marino del colegio, tomó sus zapatitos negros de donde siempre los dejaba (en todo el medio de la habitación de dormir, un lugar con una cama en la que dormía él y una colchoneta en la que dormían su mamá y Rigoberto; a este último no le gustaba esa idea de dormir en colchoneta) y se los puso, él era un genio, había aprendido a amarrarse las trenzas a los 5 añitos.

Otra vez lo único que su mamá le había podido dejar para pasar el día eran 7 BsF, una fortuna para él, una miseria para cualquier niño de las casas, de esos que reciben mesadas todos los fines de semana y juegan con sus juegos de vídeo cada tarde después de la escuela. Tomó el dinero (dos billetes de 2BsF, 4 Monedas de 0.50 BsF y 4 Monedas de  0.25 BsF) y se lo metió en el bolsillo. Tomó su bolsito de una esquina lejana de su habitación (el bolsito tenía un par de enormes huecos a los costados) y se lo colocó en la espalda. Escuchó un par de ruidos fuertes que venían de la cocina; ya mamita le había advertido: "Si escuchas ruidos raros en la cocina, no entres". Ese era un ruido como de angustia; como no quería averiguar porque le habían prohibido entrar al escuchar ruidos extraños, corrió hacia la puerta y la empujó para abrirla. Le dijo adiós a su madre desde el exterior de su casita improvisada, lo hizo con un  grito.

Allí estaba ese frío de nuevo, venía en ráfagas heladas y él sin suéter, en sus ocho años de vida nunca le habían podido comprar uno (pobre Pedrito), así que caminó sin conocer las ventajas de estar bien abrigado, caminó con pasitos temblorosos, presos de un miedo extraño. Tomó una piedrita del suelo y se la lanzó al gallo escandaloso cuando lo vio sobre el techo del rancho de la señora Gloria Parra. El gallito la esquivó, gritó de nuevo como burlándose de Pedro.

Bajar los miles de escalones era la segunda parte más tediosa de su rutina diaria, pues subirlos era la más tediosa.

Ya habían pasado unos 20 minutos y él seguía bajando, niños más grandes lo tropezaron para verlo caer, pero él no cayó, él era fuerte, él era un varón. Un par de niñas muy bonitas le sonrieron al verlo guapear.

El humo de los carros lo tenía mareado cuando ya el sol comenzaba a posicionarse fuerte en el cielo de la ciudad capital del país con la mayor reserva de crudo liviano del hemisferio occidental, Venezuela, así está nuestro presente, pobre. El ruido de los autobuses lo aturdía, sus pasos se volvieron cautelosos cuando ya pudo ver al gentío desplazándose por la calle para llegar a sus trabajos o a sus casas de estudio.  

Otra vez la multitud se fundía para formar un enorme muro caliente y húmedo, un muro con olor a sudor del malo, un muro con pelos (por los brazos masculinos) y nalgas enormes (por las mujeres gordas  y culonas), ese muro no permitía que un niñito, Pedrito, de apenas 8 años, se desplazara tranquilamente de camino a la estación del metro. Hay mucha malicia en la calle, demasiada como para abandonar a un niño a su suerte, ¿eso le importaba a Rosalinda?

Los zapatitos negros de Pedro se movían como en cámara rápida debido a su caminar apresurado, ya sus piernitas toleraban el ajetreo diario, llevaba por lo menos 3 años bajando y subiendo esas escaleras que lo llevaban a su casa.

Ya en la mezzanina de la estación del metro (no es relevante cual) llegaba el primer golpe para su bolsillito, el ticket del metro costaba 1,50 BsF (una miseria para esas personas que cuando alguna moneda se les cae al suelo no la recogen), él suspiro al notar que su capital se reducía casi en un cuarto, claro que él no sabía eso, no entendía las clases de fracciones de la señora García, su maestra gruñona.

Pagó después de hacer una cola de unos 10 minutos en la caseta de venta de boletos. Solo le quedaron 5,50 BsF, pero él era un muchachito inteligente, aprovechó y compró un ticket integrado, para después dar un paseito en Metrobús, una de esas maneras inocentes que tenía para distraerse.

De nuevo fue arrastrado escaleras abajo hasta llegar al andén, pobrecito, esa era la mayor desventaja de ser tan chiquito.

El viaje en metro fue relajante, el sonido estridente de los rieles lo ayudaba a olvidar esa sensación confusa (ese odio, rabia; esa tristeza de ser solo un niñito y no poder defender a su mamita), claro que el olor a cientos de perfumes baratos mezclados también colaboraba en esa tarea. Le fascinaba la parte del trayecto en la que el tren pasaba sobre rieles cubiertos por el cielo de una ciudad rodeada por verdes montañas, esa parte en la que podía ver a través de las ventanas y disfrutar del verde y el azul fusionándose en lo alto, en lugar del oscuro gris ennegrecido de los túneles del subterráneo de Caracas.

Él era un niño, ¿acaso podía ser menos distraído? ¿acaso debía él dejar de soñar? a cualquiera se le pasa la estación como a él esa mañana. Se sintió un poco mal, no se permitía cometer errores de ese tipo. Se bajo en la siguiente estación y tomó el otro tren. Corrigió su error en escasos 5 minutos. Ya estaba allí, muy cerca de su escuela.

En una esquina a una cuadra de su escuela, la señora Marcelita vendía empanadas todos los días, allí era en donde el pequeño Pedrito desayunaba a diario, las empanadas costaban 12 BsF, pero tenían queso por montones, o bastante pollo, o bastante carne, todas estaban generosamente rellenas. Pedrito nunca tenía suficiente dinero para poder comprarse alguna, pero Marcelita era una mujer muy sensible, desde que conoció a Pedrito se encariñó con él, para ella él era un niñito muy dulce. Una empanada cada mañana, a veces de queso, otras veces de carne, aquella mañana Pedrito tuvo una sonrisa de oreja a oreja cuando Marcelita le regaló una de pollo.

-¿Cómo estuvo tu fin de semana, Pedro? - Le preguntó ella mientras disfrutaba de verlo comer
-Yo... Ahí, bien, Marcelita
-¿Qué hiciste?
-Yo... Ahí, jugar, Marcelita
-Me parece muy bien, ¿no tenías tarea?
-Yo, no... Bueno, sí, pero la maestra me borró la pizarra - le respondió dudoso
-¿En serio?
-Sí, yo... ella es mala conmigo
-Uhmmm... ¿no será que copias muy lento?
-No, yo... bueno... - mostró su sonrisa a la que le faltaban dos dientecitos - es que me distraigo, Marcelita
-Bueno, no se me distraiga, mijo
-Bueno, está bien, Marcelita

Pedrito se terminó su empanada rapidito, dio mordiscos como de piraña. Marcela le dio una palmada en la espalda antes de que el niño continuara su camino a la escuela.


Entrar al salón de clases nunca era una experiencia grata, esa señora García era una bruja. Pedrito nunca aprendía nada de sus clases, lo único que sabía a ciencia cierta era que ella gritaba mucho y que siempre les estaba sacando en cara que esa escuela era para niños pobres, eso lo hacía sentir mal; no que le dijeran pobre, eso no le parecía motivo para ofenderse, eran los constantes gritos y regaños. Sí era verdad que su mamita no podía darle todos esos juguetes que veía en las televisiones de las tiendas, pero que le estuviesen diciendo bruto a cada rato, eso sí lo ofendía, él era un pequeño genio; no está de más decir que aprendió a amarrarse las trenzas de los zapatos a los 5 añitos.

La campana del recreo sonó a eso de las 10:15 am, un ruido sutil a sus oídos, hasta el gallo fastidioso del cerro tenía una voz más bonita que la de la bruja García.

El patio del recreo no era muy grande, y lo compartían todos los alumnos de camisa blanca del colegio a eso de las 10:15 am todas las mañanas, los niños de 6to grado siempre molestaban a los pequeños, ¿eso le importaba a las maestras?

Pedrito caminó penoso por la parte más alejada del patio del colegio, por allá él se sentía un poco solo, pero tranquilo, ¿Por qué mamita se aguantaba a Rigoberto? ¿Por qué mamita dejaba que él se le montara encima?¿Por qué Rigoberto siempre le dejaba los ojos morados? ¿Por qué mamita le pedía que no le contara a nadie?

Sus ojitos se aguaron de nuevo sin sentido.

Con sus manitas dentro de los bolsillos de su pantalón azul marino del colegio, llegó a la última esquina del patio, allí fue interceptado por un bravucón de sexto grado.

-¿Tienes rial? - gruñó al atravesarse en su camino
-Yo, eh... tengo, pero poquito
-¿Cuánto tienes? - le dijo de manera intimidante
-Como seis bolos... seis... como...
-Ya, ya, ya, no balbucees 
-Yo... está bien
-Dame tu plata
-Yo... no... no...

El muchacho lo empujó contra una pared, ¿alguna maestra estaba prestando atención?

-Bueno, bueno... - tuvo que darle sus moneditas y los dos billetes de 2 BsF
-Menos mal que no te pusiste brutico - se fue el niño bravucón con aires de victoria

Ahí estaba Pedrito, solito y ahora sí, con los bolsillitos vacíos. Pobre Pedrito, estaba ahora paradito esperando el timbre de entrada al salón, sintiendo punzadas raras en su pechito, pero no iba a llorar, porque los varones no lloran.

Pedrito tuvo un día horrible en el colegio, pero lo que le faltaba todavía en lo que quedaba de día; Marcelita ya se había ido así que no podía ayudarlo, ¿cómo iba a regresar a su casita improvisada?

Pedrito caminó hasta la estación de metro más cercana a su escuela, pero para qué entrar, no tenía para comprar el ticket de vuelta a casa; apretó sus puñitos y puso cara de cañón. Le tocaba caminar a casa.Con pasitos temblorosos comenzó la larga caminata, pero eso no importaba, sus piernitas estaban bien acostumbradas al trabajo físico, era el recuerdo de ese bravucón, el de la bruja García, era ese borracho de Rigoberto; eran esos recuerdos, eran esas personas la causa de que su estomaguito estuviera revuelto en una sensación desconocida para él.

El paisaje no lo animaba a pensar en cosas bonitas, carros, motos, buhoneros, ruido; había mucha tensión en el ambiente, comenzó a marearse un poco, tenía hambre. Pedrito caminó hambriento durante más de dos horas, hay que tomar en cuenta que sus pasitos no eran muy largos, él era un niñito de 8 añitos, un niñito de 8 añitos paseando por una ciudad caótica vistiendo su camisita blanca del colegio, un niñito caminando y no era su culpa, él no había elegido nada de eso; él continuaba caminando sin pararse a descansar; gotas de sudor surcaban su frentecita como ríos salvajes, sus manitas  y sus piecitos también estaban un poco mojados; los zapatos negros del colegio no resultaban ser muy cómodos tampoco.

El pequeño Pedro pensó en sentarse en algún murito para llorar, estaba asustado, pero ¿saben qué?, los niños grandes no lloran, los niños son fuertes, y él era un varoncito con determinación. Todo vaciló cuando vio que un bus verde se aproximaba a la distancia de aquella avenida caraqueña, un bus con una pantallita electrónica en su tope, una pantallita en la que letras amarillas se deslizaban de izquierda a derecha dando la indicación de su ruta destino y saludando. Era una unidad de Metrobús. Pedrito sintió una debilidad infantil, el bravucón le había quitado su dinero, pero él todavía conservaba su ticket de Metrobús.

El ticket de Metrobús tiende a expirar pasadas 4 horas de haber sido utilizado en el sistema metro. Pedrito estuvo en el colegio por más de 4, sin contar las de la caminata; de todas formas corrió a la parada y esperó a que el autobús abriera sus puertas. El chófer lo miró de manera extraña cuando ingresó.

En las unidades de Metrobus casi nunca sirven las máquinas validadoras de tickets, y a los conductores eso les facilita el trabajo, pues no tienen que cobrarle a nadie que no quiera pagar. Pedrito abordó gratis el Metrobús.

Allí fue cuando lo vi, yo era tan real como esta historia, tan imaginario como una de las millones de personas que se pueden atravesar en tu camino, esas personas que ignoras simplemente porque no te interesa quien te pasa por el lado. Yo iba de regreso a casa después de una mala tarde de universidad; al ver a ese niño me sentí desequilibrado, sus ojitos cristalinos me contaron su historia tan rápido como el parpadeo de un pez (¿alguna vez has visto a un pez parpadear?), todo ocurrió tan rápido como el aletear de una mosca ágil; Pedrito necesitaba gritarlo, él necesitaba sacar de su interior todas esas maldiciones que le tenían maltrecho el corazoncito.

Pedrito se paró en la zona en la que se colocan las sillas de ruedas (cuando hay alguna) y se asomó por la ventana enorme que en algunas unidades de Metrobús funciona como salida de emergencia; el niño lucía hambriento y triste, lucía errático; el niño inspiraba un sentimiento de melancolía y una sensación de pesar que me lastimaba la espalda alta. Pedrito tenía sus manitas curtidas, quizás por haberse apoyado de algún muro sucio, así se había ensuciado su camisita blanca del colegio.

Apagué la música de mi celular y me quité los audífonos porque no podía soportarlo, el niño era una historia triste de esas que nadie quiere leer, era una película de esas que lastiman el alma; el niño era un cristal fragmentado. Ese niño era esa sensación de humildad que es capaz de destruirte cuando sabes que no tienes nada para dar.

Allí estaba Pedrito, mirando por la ventana. Volteó. Me regaló una mirada tan real como esta historia y tan irónica como un mal chiste; el niño me sonrió. El niño de pronto pareció feliz disfrutando del paisaje montañoso de la ruta del Metrobús, quizás veía todo diferente ahora que estaba sobre ruedas, quizás ya las piernitas le pesaban.

Cuando su sonrisa a la que le faltaban un par de dientecitos se apagó, supe que ese niño paseó por la ciudad vistiendo su camisita blanca del colegio y una enorme confusión, entendí que él estaba allí de paso, y que al bajarse de aquella unidad de Metrobús no estaría más cerca de casa, pero por lo menos en aquel momento (durante el paseo) había podido olvidarse de todas aquellas cosas que le atormentaban la cabecita.

Allí había un niño solitario, ¿acaso a alguien le importó?

Me bajé del bus. Pedrito siguió mirando por la ventana. Nunca sabré si llegó a salvo a casa.


"Si cada cabeza es un mundo, entonces han de haber más de 6 mil millones de mundos en problemas en este planeta"

L.F. Arias.


Una Tarde de Febrero trabajando para Ellos



lunes, 4 de febrero de 2013

Él ya Tenía Todo lo que Necesitaba

El clima de febrero le permitía ponerse abrigos largos para ir a trabajar, zapatos deportivos desentonaban su look de oficina, ¡Pero si ya es viernes de nuevo! no importará demasiado eso. Una taza de café acompañó su desayuno, veloz como rayo no dejó nada en el plato. Sonrió, tenía el estómago lleno.

El clima de febrero le alegraba la caminata al subterráneo, sus pisadas no se sentían, esos zapatos deportivos le acariciaban las plantas de los pies; era poesía, era respirar profundo y aguantar el aire por diversión, eran campanas de fondo mientras él pisaba hojas caídas de los árboles, era.... eran tantas cosas en una, era amor; estaba pensando en ella.

El sabor de sus labios le endulzaba los pensamientos, y el imaginar su tacto le erizaba la piel; un suspiro, eso era, era reposar bajo la sombra de un árbol; dulce y delicada situación, sutil, y suave como las sábanas color lavanda y con aromas florales de la habitación de ella; una gota de agua tibia resbalando por su espalda. Una caricia en la parte trasera del cuello; era ella la que le permitía caminar con tan majestuosa soltura, y en un abrir y cerrar de ojos llegó a la oficina.

Puertas de cristal que se abrían sin hacer el más leve sonido para dejar ver el interior del lobby del edificio, remodelado hacía semanas atrás, ¡qué buen trabajo!, algunas pinturas modernas decoraban la estancia, floreros y estatuas. La chica del puesto de "información" le sonreía a los visitantes, en especial a él, un hombre de esos que atraen miradas, uno de esos que aparecen en conversaciones de mujeres solteras un poco tomadas. Un tipo al que muchas en ese edificio habían intentado atrapar.

A paso firme atravesaba el lugar para colarse en el ascensor; vaya iluso si creyó haber pasado desapercibido.

Un escote salvaje resaltaba sobre los demás juguetes que tenía aquella mujer, alta y estilizada, puta como ninguna, pero era la jefa; ese olor a perfume francés inundaba los sentidos de todos los visitantes de su oficina, al menos 16 personas iban para allá cada día, a veces con excusas baratas que les permitieran echarle un ojito a la mandamás, a veces sin excusas.

Él casi corrió hasta su escritorio, limpio y ordenado, como todas sus cosas; escapar de la regalada de la planta baja le suponía todo un triunfo, y era por eso que aquellos rumores se esparcían como la gripe porcina. Medio edificio consideraba que él, un hombre enamorado, era tremendo maricón. 

¿Es acaso una sentencia de muerte el no acostarse con cualquier cosa que se mueva y deje ver sus piernas gracias a una falda corta?

¿Era él un marico por no aprovecharse de la calentura que le inspiraba a esas mujeres de su oficina?

 En caso de ser ciertos los rumores, ¿el ser homosexual es algo negativo?

La realidad era que él se tapaba los oídos y seguía con su vida. Dejó su abrigo largo a un lado y se levantó para buscar un vasito con agua; fue allí cuando nació esta historia, justo cuando esas uñas largas  y rojas lo tomaron por el hombro, el aroma francés lo mareó, y ya tenía una cita con la mujer que más veces había intentado tenerlo entre sus piernas.

Suspiró. 

Sus pisadas no resonaban por el pasillo de camino a su oficina, y si lo hubiesen hecho no habrían sido escuchadas gracias al sonido de los tacones de la mandamás del lugar, ¡vaya manera de caminar sobre tacones!, realmente lamentable. Para sacarse el aroma francés de la cabeza inhaló fuerte y profundo y allí estaba, ella de nuevo, delicada como muñequita de porcelana, con su sonrisa dominguera, de esas que no se fingen, de esas que parecen no agotarse aún cuando el sol se va a dormir. Allí estaba la calidez de sus pechos, y el esplendor de la parte baja de su abdomen. Allí se quedó aun después de exhalar; eran tantas cosas juntas, como la humedad de un día de playa o el placer de jugar a las luchas sobre la arena; ella era el flotar de un ave que deja de aletear por un momento y una flor brillante bajo la lluvia.

Ella era la primavera, el otoño, el invierno y hasta el verano, caliente y mojado, como sudor sagrado que corre salvaje por los muslos de una mujer dócil; ella, solo ella, era un beso suave en el cuello, y una ducha tibia a las 11 de la noche. Ella era su almohada favorita y la única cosa en el mundo indispensable. Ella era sus mejillas rosadas y su lengua cuando probaba algo delicioso, era el placer, era amor, era... Era... No se encuentran palabras.

Los senos salvajes lo miraban, pero no duró mucho; él se dio media vuelta; escuchó acusaciones y berrinches, escuchó como lo llamaban de mil maneras diferentes, parecía un episodio difícil en algún lugar recóndito de la mente de un vagabundo desdichado.

-Ni ahorita, ni esta noche, ni ninguna -Le dijo cuando ella terminó

No hace falta decir más. Él ya tenía todo lo que necesitaba.


"...Ella era todo lo que él necesitaba...".

"Es la voluntad de un hombre, es eso que nos permite seguir fieles a nuestros valores".

"Respeto...".

L.F. Arias.

Para alguien que valora acciones como esas

lunes, 28 de enero de 2013

La Caja

Destellos verdes y chispas doradas rodean mágicamente la esquina más remota de mi habitación; un lugar amplio y desolado, hasta cae en lo que muchos califican como desordenado; nadie se da cuenta de que en realidad eso es lo de menos cuando una sorpresa aún no ha aparecido. Expectante como niño en noche buena, como gato hambriento bajo la lluvia; expectante como el sol cuando aparece la silueta de la luna; así estoy yo ahora.

Mi colchón desgastado siempre me impide dormir bien, es una cosa tan molesta; un resorte por acá, un hueco frío (gracias al piso helado que se cuela por la delgadez del colchón) me congela una batata y mi almohada que no ayuda, tan plana como brazo de adolescente anoréxica. Así no se puede dormir. Cuando no se puede dormir, no se puede vivir. Me pica una nalga, quizás no sea la luz que proviene de la esquina lo que me mantiene expectante, quizás no puedo dormir en estas condiciones, quizás, solo quizás hoy me rehúso a aceptar esto.

Una arañita se pasea por la esquina más cercana que se forma entre el techo y dos paredes, se ve tan frágil, casi podría llegar a pensar que puedo aplastarla y no ser juzgado por ello, nadie jamás notaria su ausencia; ¿quién la extrañaría?. Debería limpiar esta pocilga de vez en cuando.

La brisa que entra por el hueco en donde solía estar mi ventana hace un ruido extraño al rozar con las paredes, viene con fuerza. Pronto va a llover. 

Un calor repentino comienza a recorrer mi cuerpo, casi se siente como cuando tenía ganas de luchar por mis derechos. Me pica la cabeza, una ducha no me vendría nada mal; sí, bañarse pasadas las 2 de la madrugada no es la mejor idea que se le puede ocurrir a uno. Las chispas están encendidas, siento miedo a lo desconocido.

La caja ha comenzado a derretirse.

Esta es la primera vez que veo que esa dichosa caja hace algo; aún está aquí porque es tan pesada que no puedo moverla al cuarto del aseo. Todavía recuerdo cuando me la obsequio mi abuelo hace muchos años atrás, en ese entonces la caja parecía estar vacía, pues no pesaba nada; y cuando digo nada, es que no pesaba nada; yo era un flacucho débil y la cargaba sin problemas, ahora estoy todo gordo y creo que esa caja es imposible de cargar.

Sentado en posición de indio espero asustado, ahora si es verdad que no tengo sueño, los destellos se han convertido en llamas que iluminan de manera poco sutil todas las paredes de mi habitación; pronto se podrían encender las alarmas. El fuego crece.

¿Miedo?

Siempre con miedo; las llamas crecen y comienzan a alcanzar proporciones peligrosas. Calientes, como el alma que perdí al dejar de defender lo que era mío. 

Gritos. Golpes. Sirenas.

La caja arde, como la pasión que sentí alguna vez por alguna cosa. La caja refresca, me siento como corriendo a través de un bosque. La caja moja, como si estuviese tomando un chapuzón en un lago. La caja es vida. Me he vuelto uno con el fuego.

He muerto.

Despierto. Me sacudo como si todavía estuviese sintiendo ese calor tan molesto. Me volví a olvidar de mis pastillas; tengo ganas de orinar, pero no iré al baño, le tengo miedo a la oscuridad. La arañita me sonríe desde la esquina del techo. La caja continúa cerrada, en aquella esquina lejana de mi habitación.


"Una emoción que sube por la garganta y baja de nuevo para regalarte un poco de éxtasis cuando te explota en el estómago. ¿La sientes?"

L.F. Arias.

Floyd Regresa




martes, 8 de enero de 2013

Saludos Iniciales 2013


Bueno, otro año más que llega; fueron unas grandes vacaciones; muy divertidas.

Ahora para comenzar un nuevo año, y así estrenar mi blog de 2013 voy a dejar por acá un resumen de algunas de las frases que dejé al final de algunas de mis entradas a lo largo del 2012.

Un fuerte abrazo.

En Marzo:

Dinero
15/03/2012

- "Puedes comprar muchas cosas, pero nunca la felicidad, la amistad o la vida, no puedes comprar vida".


Esa Pequeña Cosa que Crece Cuando nos Molestamos con los Demás
30/03/2012

-"Las cosas claras, aunque pesadas, siempre suelen ser mejores".
- "Omite las pequeñeces, sonríe hacia el mañana y sé feliz".

En Abril:


Un Sueño que Terminó a eso de las 3:00 am
04/04/12

-"Porque la inocencia de nuestros primeros años es un tesoro muy valioso".


¿Esperan por mí?
19/04/12

-"Los sueños viven, no contestan ninguna pregunta, no respetan ninguna señal; sólo esperan... Esperan a que nos llenemos de valor... ¿Esperan por mí?".

En Mayo:

Tengo un Camino
10/05/12

-"Si alguna vez he odiado, estoy seguro de que he pedido perdón y si no lo he hecho, estoy listo. Estoy arrepentido".


En Junio:

La Vida es Frágil
01/06/12

-"La vida es un regalo muy frágil, como casi todo lo que es valioso".


En Julio:

Cabellos Blancos, Respeto Ausente
27/07/12

-"Todos tenemos problemas, y sólo porque pensemos que los nuestros son más grandes, eso no hace los de los demás más pequeños".


En Agosto:

El Abrazo no Dado
11/08/12

-"La verdad duele, cuando la dices, cuando la escuchas y cuando la lees".


Ella no Entendía la Hora Militar
29/08/12

-"Algunas personas nunca van a aceptar nuestras disculpas".


En Septiembre:

Esclavos del Tiempo
03/09/12

-"Si me haces esperar, tal vez para cuando llegues, ya me habré ido".


El Ocaso de los veintinueve
14/09/2012

-"A veces me siento aburrido, sin razón alguna; sin razón aparente. Siempre hay una razón".


Se les Olvida que es Limitado
25/09/12

-"Ellas quieren matar el tiempo; muchos quieren matar el tiempo, pero como se les olvida que es limitado".

-"¿Qué es un chiguagueño sin su aspecto ratesco?
¿y qué me dices de un schnauzer sin su bigote elegante?
¿Qué es un ser humano sin cerebro?
¿Acaso una mujer es bella solo por sus implantes?".


En Octubre:

Vivir en una Caverna Repleta de Realidades
18/10/12

-"... ¿Saben qué opino de las personas realistas?, que son unos pendejos, que no se terminan de recuperar de los golpes que se han llevado en su estadía acá en nuestro corrupto y mal dirigido planeta tierra...".

-"Los realistas son pesimistas disfrazados, gente que considera que los sueños no tienen importancia".


En Noviembre:

Un Final Inconcluso
01/11/12

-"El día que ya no puedas admirar sus virtudes extrañarás hasta sus defectos".


Él Gritó
18/11/12

-"Aún espero el día en el que mi padre me haga sentir orgulloso, a veces parece más un hijo malcriado".


         La Reunión de los Hombres en Sillas de Ruedas
23/12/12

-"Mis protestas quejumbrosas parecen balbuceos patéticos cada vez que una persona aparentemente desfavorecida consigue hacer algo sencillamente fantástico".


Este ha sido un resumen para ustedes, dsifrutenlo. Disfruten de cada nuevo día en este nuevo año, aprovechen las oportunidades y sonrían más, porque sonreír es muy sano.

Para cerrar esta noche de manera adecuada, les voy a regalar una última frase. Hasta la próxima. Los quiero mucho.

"La vida es una historia, depende de nosotros escribir la nuestra, porque el día que alguien más lo haga quedará demostrado que no fuimos capaces de hacerlo con nuestras propias manos".

L.F. Arias.