Tomar el bus a media tarde siempre se me ha hecho una tarea extenuante, especialmente cuando un sol veraniego domina el cielo; simplemente detestable, picante; desagradable. Ya tenía un tiempo asistiendo a esas terapias; todos necesitamos ir de vez en cuando; todos necesitamos alguien a quién contarle nuestros problemas. El clima cambió cuando tomé mi asiento al lado de la ventana, la brisa de media tarde movía mi cabello, largo para el deleite de mi abuela, de tanto que me pedía que me lo cortara, ya me rebasaba los hombros.
De nuevo su recuerdo inundó mi cabeza, ahogando como siempre todos mis pensamientos aburridos; siempre me pasaba eso cuando veía el edificio en donde solía vivir la chica de mi primera vez. El recuerdo de sus manos invadiendo mi espacio personal erizaba los vellos de mi nuca, mi primera noche de diversión. Pero bueno, eso ya quedó atrás, cuando solo era un niño de 16; esa tarde ya era un niño de 18. Si lo pienso bien, siempre voy a ser un niño; un niño de 30 años, y en 35 años un niño de 65, y en 55 años un niño de 85. Eso es una mentira, los niños no viven tanto, moriré antes de los 32.
Ocultando una ligera erección involuntaria bajé del bus cuando llegué a mi destino, la casa de rejas blancas al final del camino recto, no sabía que había después de que el bus tomaba esa curva a la izquierda, pero esa es otra historia. Toqué el timbre y me recibió la misma anciana de siempre.
-Tome asiento, joven. - Me regaló un sonrisa
La habitación de espera era muy cómoda, la primera vez que fui suavizó mi temor, la primera vez que fui no estaba seguro de abrirme delante de una persona extraña; mi abuela me acompañó aquella vez. Todos en mi casa siempre me han considerado raro, solo por ser diferente, por no ser un Hurtado común y corriente, un Hurtado conformista y permisivo; yo por otra parte, pienso que siempre he sido un Hurtado incomprendido y menospreciado, hasta la fecha no terminan de estar de acuerdo con mi manera de verlo.
Al rato pasé a su oficina, como siempre ella se levantó de su sofá acolchado al verme cruzar la puerta.
-Disculpa, Roberto, un paciente se extendió un poco, espero que no hayas esperado demasiado tiempo
- No, tranquila, solo fue un momento
Como lo sospechaba, ella querría llegar al tema de mi madre; esa tarde continué mostrándome muy esquivo, no había nada bueno que decir de ella en los últimos 11 años; no quería hacerlo, no quería hablar de eso.
-¿Qué hiciste esta semana? - me preguntó para comenzar la conversación
- Lo usual, nada fuera de lo normal
Una pequeña carcajada provino desde su lado de la habitación, sus dientes blancos parecían sonreír también. Su posición de piernas cruzadas se rompió, no sé que le causó tanta gracia.
-Disculpa, solamente recordé algo - sus ojos estaban aguados
Ella retomó su compostura y así avanzó la sesión. Intentó por varios medios conseguir información acerca de mi madre, pues afirmaba que de mi relación con ella provenían algunos de mis problemas; no todo era culpa de mi padre.
- Bueno, me rindo por hoy, dime de qué quieres hablar - me dijo después sin mostrarse demasiado aburrida
-Ah... Saldré con mis amigos un rato
- ¿Adónde?
- Por ahí, tú sabes, para matar el tiempo
- ¿Para matar el tiempo? - me preguntó intrigada
- Sí, no hay nada mejor que hacer hoy
- ¿Crees entonces que matar el tiempo es algo productivo?
- Eh.... - la verdad era que no - supongo que no
- ¿Entonces por qué lo harás?
- Porque no tengo nada mejor que hacer
- ¿Por qué no buscas algo que hacer?
- Pues...
- Sabes, te contaré una historia - volvió a cruzar sus piernas cortas y me mostró sus dientes de conejo - Comienza en un pequeño apartamento muchos años atrás, ¿para qué mentirte?, el pequeño apartamento en el que solía vivir con mi padre. Yo sé que él siempre quiso un varón, pero, nací yo - sonrió de manera triste
>> Cuando tenía 12 años mi mamá y él me regalaron un juego de mesa, un monopolio; me imagino que lo has jugado alguna vez - yo asentí con la cabeza - bien, a mi me encantaba, claro que siempre lo jugaba sola, a mis amigos no les gustaba mucho y mi mamá se aburría con los números, solo quedaba él. - se detuvo para tomar un sorbo de agua
>> Mi mamá murió cuando yo tenía 16, mi papá se volvió más amargado; siempre se negaba a jugar, pero después de su muerte, se puso peor, cayó en las garras del alcohol, una cervecita aquí, un palito de ron por acá, un traguito por allá, fue insoportable, créeme - No sé si era correcto que ella me siguiera contando, pero no la interrumpí
>> A pesar de eso, yo nunca me deshice de mi monopolio, lo invitaba a jugar cada semana, pero él siempre me decía que no.
La habitación estaba fresca y había mucha tensión en el ambiente, casi pude imaginarme a mí mismo viendo una película, a ella unos 20 años más joven y a un viejo amargado siempre negándose a jugar. Ella dejó de narrar su historia, o si lo seguía haciendo ya no la escuchaba; podía verla. Las paredes de su casa estaban sucias y muchos discos viejos ocultaban una esquina de esa habitación en la que él veía televisión.
- Hola, papá, ¿quieres jugar? - le preguntó la dulce adolescente al viejo postrado en un sillón
- Hola, hip - hipó el hombre - ¿Cómo estuvo el colegio?
- Estoy de vacaciones... - ella se vio molesta
- Ah... - tomó un sorbo de un líquido oscuro de una botella - ¿Jugar a qué?
- Monopolio
-¡No! ese juego es muy largo.
Todo se volvió borroso y la habitación pareció recuperar su brillo, el sillón viejo seguía al frente de la televisión y el hombre ahora tenía menos cabello, la dulce adolescente con dientes de conejo se veía mayor, de unos 20 años, pero su rostro seguía siendo tan amistoso como el de una niña muy dulce.
- Hola, papá, ¿Quieres jugar algo? - le preguntó
- Hola... - él se levantó del sillón y fue a la cocina, desde allá le habló - ¿Cómo estuvo el colegio?
- Papá... - se vio molesta - ya estoy en la universidad
- Ah... - se oyó el ruido de la nevera abriéndose y cerrándose - Siempre se me olvida - tomó un sorbo de una lata de cerveza - ¿Qué quieres jugar?
- Monopolio
- ¡No! - exclamó como asustado - ese juego es interminable
- ¿Por qué siempre dices que no? - le preguntó ella intentando mantenerse calmada
-Eh... Hip - él hombre viejo hipó
- A todo le dices que no, vives en una negativa constante, me regalaste este juego y nunca lo has jugado conmigo
- Bueno, hija, es que estoy cansado...
- ¿De qué? - su voz se elevó - Si lo único que haces es perder el tiempo sentado ahí tomando cualquier cosa - ella se fue molesta a su habitación
El hombre se vio triste, tomó asiento y suspiró cansado.
La habitación no cambió demasiado, pero él sí, todo se movió y aunque la televisión, el sillón y los discos seguían en el mismo sitio, el hombre viejo había perdido más cabello y algunas arrugas eran entonces más pronunciadas, surcaban su frente y lo hacían ver acabado; yacía tirado en el sillón con tres botellas a sus pies y una lata de cerveza en la mano derecha.
- Me voy, papá... - Le dijo ahora una mujer más parecida a la que estaba sentada delante de mí cada semana - Luis me espera en el auto - ella cargaba unas maletas
- Hip... - Hipó el viejo
- Espero verte pronto, prometo venir a visitarte
- Esta siempre será tu... Hip... casa, hija
Ella se había mudado con su novio de la universidad al terminar la carrera, duraron un tiempo juntos; él después se fue. Como prometió, visitó a su padre cada vez que pudo, siempre proponiéndole que jugaran al monopolio.
- Oye, papá, ¿quieres jugar monopolio? - le dijo una tarde; la habitación estaba muy deteriorada en ese entonces
- Ahorita... - el hombre lo pensó - Quizás luego
- Veo que ya no dices que no
- Yo siempre te escucho, aunque no lo creas - el hombre se veía demacrado, como un cadáver gordo sin maquillaje
- Pero aún no dices que sí... - ella se desanimó
- Pero ya no digo que no
- Ajá, pero ¿por qué no dices que sí?
- Porque estoy haciendo otra cosa
- ¿Qué?
- Ver la televisión - señaló la televisión con la nariz
- Toda tu vida has estado viendo ese aparato... - suspiró cansada
- Es para matar el tiempo...
Los bordes de las ventanas de la habitación estaban desgastados, los vidrios de las mismas estaban llenos de polvo, los discos del rincón casi no se veían, muchas botellas los ocultaban; el hombre viejo había perdido todo su cabello, ahora muchos vellos salían de sus orejas, su cara tenía una expresión triste, ojeras profundas y labios secos y rotos. Mi terapeuta llegó y se asustó al verlo, al parecer no lo había visitado en un tiempo. La imagen parecía ser actual.
- ¡Papá! - exclamó y él despertó
- Hola, hija... Hip - hipó como de costumbre
- Dejo de venir por un par de semanas y mira esto
- Eso es lo de menos, cariño
- Hummm - dejó sus cosas al lado de la puerta y se puso a limpiar
- Sabes, hija - dijo el hombre mientras ella removía las botellas del piso
- Dime, papá
- Me he dado cuenta de que siempre he estado matando el tiempo... perdiendo el tiempo...
- Me alegro, papá
- Lo hago desde hace mucho, no puedo decir que haya sido por la muerte de tu mamá, lo hacía aún cuando ella estaba viva - el hombre buscó algo en sus bolsillos - tengo un problema con la bebida... - sacó un papel blanco con letras pequeñas negras
- ¿Qué es eso papá?
- Las reglas del monopolio... Hip
- ¡JAJAJA! - ella se sentó en el piso y se rió a carcajadas
- Siempre he estado cansado - dijo él - esquivando este pendejo juego porque duraba mucho tiempo, pero, si yo he estado perdiendo el mío, ¿qué más me daba jugarlo aunque sea una vez?
- No me dirás que te antojaste de jugarlo ahora...
- Quizás...
- Papá, ¿Quieres jugar monopolio? - le preguntó ella de manera divertida
- Quizás luego... - dijo él
- Ah.... - ella se molestó un poco, tomó las botellas y se dirigió a la cocina
- Primero me gustaría darme un baño
- ¿Cómo? - ella se asomó a la sala
- Dije que después de que me dé un baño, cariño
- ¿Vamos a jugar monopolio? - le preguntó ella sorprendida
- Después de bañarme
El hombre se levantó a duras penas del sillón y torció su boca en una sonrisa que inspiraba miedo a quien no supiera que estaba sonriendo; la mujer en la cocina estaba que brincaba de la alegría. El señor de la casa siempre acostumbraba utilizar unas cholas desgastadas para que sus pies no tocaran el piso de la ducha, mañas de gente vieja, él era necio hasta para darse una simple ducha.
- Coño, mi papá dejó las cholas aquí - dijo la mujer en la cocina cuando las vio metidas en un pote verde en el lavaplatos
El sonido del agua de la regadera cayendo sobre el piso recorrió todo el pasillo hasta la sala.
- Quizás no las va a necesitar - dijo ella y colocó el pote en el piso para proceder a lavar algunos platos y vasos sucios
Pasaron 7 minutos y medio, ella ya casi terminaba con las cosas que estaba lavando, cuando un golpe estridente y espantoso retumbó en todo el apartamento. El hombre viejo se había resbalado.
- ¡Papá! - exclamó ella y corrió al baño
Las gotas de agua golpeaban su cuerpo y diluían la sangre que salía de su herida en la cabeza; el hombre viejo no se volvería a levantar más nunca; el hombre viejo había muerto.
- Allí estaba, Roberto, estuve allí el día que mi padre murió - terminó su historia
- Lo siento...
- Tranquilo, lo curioso es que él empleó esas palabras tuyas, matar el tiempo - me dijo y señaló algo que se encontraba detrás de ella en una repisa; la caja de un juego de monopolio - Cuando por fin se animó a jugar, se le hizo muy tarde - una lágrima se asomó a su ojo izquierdo
Unos segundos silenciosos me hicieron reflexionar un poco, y me di cuenta de que si ella era lo suficientemente valiente para contarme una historia tan triste, yo podría contarle la mía.
- Sabes... quizás sí debamos hablar de mi madre...
Esa sesión me hizo pensar acerca de como estaba llevando mi vida; era aún un muchacho joven y estúpido, por no decir más, autosuficiente como muchos adolescentes. Una mentira. Duré un par de meses más con ella y después dejé de asistir; muy caras esas citas. Una tarde me distraje leyendo algo en la parte de atrás de un asiento de autobús:
¿Qué es un chiguagueño sin su aspecto ratesco?
¿y qué me dices de un schnauzer sin su bigote elegante?
¿Qué es un ser humano sin cerebro?
¿Acaso una mujer es bella sólo por sus implantes?
Cuando una conversación entre dos chicas llamó mi atención.
- Marica, hoy nos vamos a la plaza - le dijo la más alta a su amiga
- ¿Qué vamos a hacer? - le respondió la otra que tenía los cabellos morados
- Ni idea, me invitó Roger - dijo con una mueca despectiva
- ¿Te está cayendo de nuevo?
- No, vale. Él sabe que no tiene chance
- Entonces solo nos sentaremos ahí toda la tarde
- Me imagino - se encogió de hombros - para matar el tiempo - sonrió
Yo solo podía pensar una cosa:
<< Ellas quieren matar el tiempo; muchos quieren matar el tiempo, pero como que se les olvida que es limitado >>
L.F. Arias
Floyd y el Elefante - 09/12 |