Vivo el día a día bajo el manto
oscuro que la muerte tiende sobre esta ciudad. Vivo entre grupos que luchan por
la injusticia y la desigualdad. Vivo atrapado en una red militar tejida con la
intención de preparar nuestro destino, prepararnos para el colapso inminente de
nuestros pulmones.
Vivo el día a día con la muerte
sobre la espalda; jadeando. Vivo entre cuatro paredes de las cuales cuelgan
cuadros que contienen arte en forma de paisajes diversos. Vivo atrapado en un
mar rojo que se nutre de diversos riachuelos de sangre, sangre que se
derrama en flujo constante cada mañana, cada tarde y cada noche en mi ciudad.
Marcho al ritmo de la voz gruesa
de un líder al cual no respeto. Veo a mi pelotón rebuznar ignorante, y entonces
entiendo que la vida que elegí no es para mí. No encuentro honor en mi
uniforme, tampoco en mi proceder. Soy una hoja verde que el viento transporta
aleatoriamente. Soy el retrato de la inconformidad que fue colocado sobre la
mesa de noche con la indignación de un ideal perdido.
Estoy ligado a la campaña, cuelgo
panfletos en los postes de luz y le subo el volumen a las cornetas para que la
voz de una vieja gloria atraiga a los fanáticos y los aliente a seguir
luchando. Me quemo bajo el sol del mediodía, mientras que lo que queda de mi
alma se extingue con pereza.
Soy ese par de tetas jugosas que
se esconden bajo el uniforme de gala, y también las rodillas maltratadas por el
roce con el piso de cemento, que es mal apoyo para practicar un indecente acto oral.
Así ascienden al cielo algunos, para después caer.
Veo cicatrices impunes en el
espejo. Soy yo. Corrupción, violación, deshonor. Me acepto como un fracaso al
juramento. Ojalá pudiese regresar el tiempo, pero eso no es posible. Me acepto
como un fracaso, un cáncer que se propaga rápidamente por la sociedad.
Veo el rostro pintado en la
pared, leo debajo de él la inscripción “Gloria al Cadete” y tomo mi arma. He
vivido mi vida persiguiendo al conejo equivocado, y no hay bálsamo para este
enfermizo arrepentimiento. Por eso digo adiós; que el manto de la muerte caiga
sobre mí al momento en que sus jadeos cesen y ésta finalmente eyacule.
- Un disparo. Un hombre joven cae
tendido sobre la grama. Suenan alarmas. Dos jóvenes uniformados y cuyas caras
están pintadas con franjas verdes y negras arriban a la escena. Se sorprenden
por lo que ven, se lamentan porque alguien tendrá que limpiar la sangre que ha
salpicado sobre el rostro pintado en la pared -.
| No apresures el final. L.F. Arias |
Muy interesante hijo,totalmente diferente a todo lo que has escrito.-
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