Surf en SD

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La vida está en el camino.

martes, 8 de diciembre de 2015

Militar

Vivo el día a día bajo el manto oscuro que la muerte tiende sobre esta ciudad. Vivo entre grupos que luchan por la injusticia y la desigualdad. Vivo atrapado en una red militar tejida con la intención de preparar nuestro destino, prepararnos para el colapso inminente de nuestros pulmones.

Vivo el día a día con la muerte sobre la espalda; jadeando. Vivo entre cuatro paredes de las cuales cuelgan cuadros que contienen arte en forma de paisajes diversos. Vivo atrapado en un mar rojo que se nutre de diversos riachuelos de sangre, sangre que se derrama en flujo constante cada mañana, cada tarde y cada noche en mi ciudad.

Marcho al ritmo de la voz gruesa de un líder al cual no respeto. Veo a mi pelotón rebuznar ignorante, y entonces entiendo que la vida que elegí no es para mí. No encuentro honor en mi uniforme, tampoco en mi proceder. Soy una hoja verde que el viento transporta aleatoriamente. Soy el retrato de la inconformidad que fue colocado sobre la mesa de noche con la indignación de un ideal perdido.

Estoy ligado a la campaña, cuelgo panfletos en los postes de luz y le subo el volumen a las cornetas para que la voz de una vieja gloria atraiga a los fanáticos y los aliente a seguir luchando. Me quemo bajo el sol del mediodía, mientras que lo que queda de mi alma se extingue con pereza.

Soy ese par de tetas jugosas que se esconden bajo el uniforme de gala, y también las rodillas maltratadas por el roce con el piso de cemento, que es mal apoyo para practicar un indecente acto oral. Así ascienden al cielo algunos, para después caer.

Veo cicatrices impunes en el espejo. Soy yo. Corrupción, violación, deshonor. Me acepto como un fracaso al juramento. Ojalá pudiese regresar el tiempo, pero eso no es posible. Me acepto como un fracaso, un cáncer que se propaga rápidamente por la sociedad.

Veo el rostro pintado en la pared, leo debajo de él la inscripción “Gloria al Cadete” y tomo mi arma. He vivido mi vida persiguiendo al conejo equivocado, y no hay bálsamo para este enfermizo arrepentimiento. Por eso digo adiós; que el manto de la muerte caiga sobre mí al momento en que sus jadeos cesen y ésta finalmente eyacule.


- Un disparo. Un hombre joven cae tendido sobre la grama. Suenan alarmas. Dos jóvenes uniformados y cuyas caras están pintadas con franjas verdes y negras arriban a la escena. Se sorprenden por lo que ven, se lamentan porque alguien tendrá que limpiar la sangre que ha salpicado sobre el rostro pintado en la pared -.

 No apresures el final.

L.F. Arias

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