Surf en SD

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La vida está en el camino.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Paseo

Voy a dar un paseo.

La soledad pesa más de mil kilogramos esta tarde noche y la ciudad me encuentra lejos de casa. Yo me encuentro lejos de casa. Estoy en medio de un viaje que a veces pinta muy bien, pero que otras se desdibuja mientras me derrumbo imaginariamente al ser aplastado por tu recuerdo. Cómo pesa tu recuerdo.

Las ramas de los árboles se mecen sobre mí en el Parque Los Caobos. Tu fantasma vuela a mi alrededor cuando me detengo a observar el arte. Caracas es una ciudad sumida en el caos, este parque no se escapa. Veo parejas comiéndose a besos, manos que aprietan nalgas cubiertas por jeans rotos en las rodillas. Las lenguas se cruzan lubricándose entre sí. Él aprieta sus senos como queriendo exprimirlos.

La hamburguesa costó mil cuatrocientos cincuenta bolívares. Estaba muy rica. Los valió. Te vi sentada frente a mí, pero no eras tú y la música sonó dentro de mi cabeza. El pianista se lucía en una tonada melancólica. La voz se desgarraba con frases que hablaban de la mentira: “Sintiéndome confundido, sin saber qué hacer. Asustado de que ella no me ame más. Ella dice que sí, que no la he perdido, pero ¿Quién estará tocando a la puerta? Debe ser algún otro. Debe ser otro al que ella ama”. Pasan las papas fritas por mi esófago, caen como yunques en mi estómago. Ya no tengo más hambre.

Mi compañera luce un hermoso “solitario” guindando en su oreja izquierda. Quiso regalarme uno, pero me rehusé a usar una pluma como adorno. Nos reímos. Escuché tu sonrisa. Ya estabas de nuevo conmigo. A veces, no puedo simplemente estar sin ti. Deseo un cigarrillo.

El tren marcha sobre rieles haciendo un ruido metálico. Me recuesto de la puerta. Me regañas. No eres tú, ya no estás aquí. Solo queda tu sombra. El viaje se torna triste. Toco fondo de nuevo. Te extraño. Todo lo que no hice me revuelve el estómago, porque ya aprendí, ya entendí que esto es lo que sigue para mí. Abandono el tren en la estación de Parque del Este.

Las fotos de aquella segunda cita, esa de finales del dos mil diez; las del Parque Los Caobos. Las fotos toman vida, mi amor. Recorrí todos los rincones que alguna vez visitamos juntos, te pensé con nostalgia. Me siento tonto dejándote ir. No se siente del todo correcto dejarte ir. Se ha rebosado el agua que rodea la escultura de El Pensador. Se han rebosado mis ojos. Lloro de nuevo por ti. La oscuridad ya viene para apoderarse de mi corazón otra vez.

El Pensador 2011

Voy montado sobre un enorme elefante dorado. No tengo rumbo ni destino. Miles de colores surgen del suelo, todos se quiebran. La grama ahora es tierra. Los perros ahora son cuerpos inflados a un lado de la carretera y las aves de carroña siguen siendo lo que son: unas malditas. El mundo tiene fin, y me acerco a él.

Los pasillos del supermercado se hacen largos, los anaqueles están repletos de productos repetidos que nadie desea comprar. Doy pasos confusos, tiembla mi caminar, no me hallo sin ti esta noche. Tomo unas galletas María y un Powerade de Mora Azul, el que nos gustaba a los dos. Me siento miserable, como si doscientos mil quinientos bolívares no fueran suficientes, como si el dinero no fuera más que números al azar que me hubiese encantado ver llegar a cero a tu lado. Los habría vuelto números negativos visitando Margarita, Mérida y Canaima. Habría degollado a cada unidad que se cruzara en mi camino ansioso por sobre la Recta Real que nos enseñaron en el colegio.

Las manos sucias de una mujer me entregaron un cigarrillo Belmont y una caja de fósforos amarilla. Pagué con un billete de cien y lo vi transformarse en cuatro billetes de menor denominación. Me tomó cinco intentos encenderlo porque la brisa apagaba el fuego. El primer jalón me mareó. Como tú. Tú me elevabas. Te di ese poder.

El piano del parque estaba todo rayado. Me senté en él como lo hice hace años. Posé para la foto imaginaria que recreó aquél momento en el que te tenía cerca. Ya no estás, solo me quedan tus huellas; solo me quedan tus memorias. Ya no escucho la música, Leona. Solo escucho tu voz diciendo adiós. Ya no veo a Young, tampoco a Thriller. Se borra esa parte de mí que estaba acomodada en el año dos mil diecinueve allá en Bogotá.

El Piano 2011

La derrota se hace oficial cuando abordo el metro en Altamira, ese preámbulo a la frontera invisible que tenemos los que vivimos en el noreste de la capital. Un hombre le agarra el culo a su mujer mientras descendemos sobre las escaleras mecánicas. Ella le muestra su sonrisa y le besa. Se toman de la mano y pasean hasta el otro extremo del andén. El tren no llega; nunca llega a tiempo los sábados en la noche.

La trompa del elefante se pone erecta para apuntar hacia lo que parece ser el centro del sol. Quedo ciego por momentos. Todo se ha pixelado, Leona. Tu cabello ahora es de otro color, tus ojitos ya no me miran y tu voz se ha secado para mí que no la he escuchado hace más de un mes. El piso desaparece y floto sobre mi elefante dorado. Estoy en la nada. La oscuridad ya me rodea.

El Elefante Dorado

Se aplanan mis nalgas flacas cuando me siento sobre el borde de una pequeña fuente en la Plaza Francia, el árbol navideño  gigante que han colocado para celebrar este dos mil quince está precioso. Todo el mundo se toma fotos y yo comienzo a arrepentirme por no haber traído mi cámara. Comienzo a arrepentirme por no haberte traído a ti. Extraño a mi compañera de aventuras y no puedo decírselo porque creo que ya no le importa. ¿Cómo hiciste para borrarme, Leona? No te guardes el secreto. No me hagas eso. Tengo que ir a por un cigarrillo.

El Museo de Ciencias y la Galería de Arte Nacional son edificios que visitamos varias veces cuando de enamorados buscábamos refugio. Insinuaciones mientras íbamos de una sala a otra cruzando las rampas tomados de manos. Cómo te sudaban las manos; nunca me importó. Todo en ti me resultaba bello: tu hablar acelerado, tu delgado labio superior, tus marcas de nacimiento y tu ligera escoliosis. No quise entrar a los museos. Preferí la tortura en el Parque Los Caobos.

Parejas de todas las edades compartían un buen rato en la Plaza, besos por aquí y por allá. Sonrisas y risotadas por doquier. Celebraciones al amor y a la amistad. Se me calentó el corazón porque todavía siento amor, me sentí bien por todos, pero nuestra memoria comenzó a quemarse. El cigarrillo se tornó amargo. ¿Qué estarás haciendo tú esta noche? Ya no es de mi incumbencia. Soy el que ya no está.

Camino a casa a través de la desierta Avenida Sanz, vivo en un toque de queda acá en Caracas. La muerte danza alegre porque sabe que está ganando. Busco confort, solo estoy en busca de eso. Paseo lento rumbo a casa sabiendo que allí no lo voy a encontrar.

La cola del cigarrillo sabe a mierda, la dejo caer y la aplasto con mis zapatos Vans de cuadros marrones oscuros y claros. No había fumado en mucho tiempo. El Powerade de Mora Azul me enfría la boca. Me endulza las papilas gustativas. Extraño tus besos tímidos y los fogosos también. Tus abrazos cálidos y amistosos. El humo me consume y me fusiono con la oscuridad que ha llegado para arrastrarme hasta el fondo. Me hundo con tu recuerdo, que me envenena y me destruye cada vez que parece que me he vuelto a construir. Se cae la casa de naipes sobre el vacío del fin del mundo. Te encuentro solo para escucharte decir que ya no me amas. El juego ha terminado.

Mi caminar es libre. Extiendo los brazos hacia los costados y los conductores que transitan la Avenida Francisco de Miranda me miran raro, como si estuviera loco. Me siento feliz por este paseo. Siempre amé las caminatas nocturnas, siempre abracé mi soledad con dignidad. El edificio de Centro Plaza me invita a visitarlo, tú ibas para allá aquella tarde en la que nos vimos por primera vez. Ibas a ver a Fernando cuando ya no lo querías como compañero. Yo estaba tocando a tu puerta y no me querías abrir aún. Por cosas del destino terminé en el supermercado sintiéndome bastante solo.

El elefante dorado muere, cae y me abandona. Floto sobre la nada mientras él se pierde en el vacío. Nunca lo escuché chocar contra el fondo. El sol se ha extinguido y ahora el frío se apodera de la oscuridad. Brillan algunas estrellas, las mismas que fueron testigos de nuestra unión el seis de enero de dos mil once. Todo el ciclo se desordena ante mis ojos y entiendo que este fin es el nuevo comienzo. Me toca renacer. Quiero renacer.

El humo asciende. Somos uno, él y yo. El paseo comenzó a terminar desde el momento en que me entregué a la idea de que me encontraba en compañía de mí mismo. Me amo, pero estando incompleto no soy buena compañía, no soy la compañía que necesito.

El paseo termina en mi cama pensando en la explosión de colores que me hacías ver cuando tras el juego de nuestros cuerpos acabábamos de hacer el amor.


¿Alguna pregunta? Hoy ya he dicho todo lo que tenía para decir.

Colores


L.F. Arias



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