Surf en SD

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La vida está en el camino.

jueves, 14 de abril de 2016

Un lunes más en mi vida

La mañana comenzó con el trepidante ritmo habitual de los lunes caraqueños: Sin agua y sin escuchar la alarma de mi celular. ¿Alguna vez se han preguntado cómo es que los teléfonos celulares se hicieron con el monopolio de los gadgets que nos facilitan la vida? Ahora ese virtuoso aparato maneja nuestra agenda, nos despierta por las mañana, saca nuestras cuentas, toma nuestras fotografías y hasta nos sirve de pendrive. No encuentro cómo alguien puede vivir sin un teléfono celular en estos días modernos. Salté desde el segundo piso de mi cama litera y corrí a la ducha, por suerte mi hermano seguía en el séptimo sueño, el flojo ese no me robó el baño. Mi mamá pegaba gritos desde la cocina, decía cosas como: ¡Pensé que no ibas a trabajar! ¿Me da tiempo de prepararte el desayuno? Si se apuraba sí.
La crisis del agua en Caracas nos tiene a todos hastiados, es decir, todo es culpa de “El Niño”, ¿De verdad será culpa de “El Niño? No sé, no creo. El agua del tobo estaba fría, me apuré con el jabón y el champú. De pronto surgió una sensación incómoda en mi abdomen, en otras palabras: Tenía ganas de ir al baño. Me sequé rápido y me senté en la poceta, me puse a pensar en lo raro que era tener ganas a esas horas de la mañana. Soy de las personas que no van al baño todos los días. La respuesta se dibujó delante de mis ojos: Comida mexicana con las chicas la noche anterior.
Yo no soy fanática de las comidas picantes o sobresazonadas, pero las chicas insistieron. Las chicas siempre insisten: Vamos, Phany. Siempre rompiendo el grupo, estos burritos están buenísimos. Cuando les pregunté si picaban solo se limitaron a responder con un lacónico: No. Sí estaba picante, por supuesto que lo estaba, de broma y lloro. Tienes los ojitos aguados, mi amor, comentó el idiota de Francisco. La verdad es que todavía no encuentro respuesta a qué desgracia astral propició que me empatara con ese pendejo. Toma, aquí está mi Coca-cola, así se te va a pasar el picor. No se me pasó, ni lo besé cuando me llevó a casa. Se quedó con las ganas de jugar en el asiento trasero.
¡Phany no recogiste agua para el tobo del baño! Mi mamá es tan inoportuna. Es decir, yo sufro en el baño, puedo pasarme hasta media hora pujando y nada. Con sus distracciones menos. Le respondí que ya no había agua cuando me levanté y ella insistió en tener una conversación al respecto. El cuento en versión corta: Me puse mis pantaletas, mis jeans, un sostén deportivo, una blusita bonita y salí del baño arrecha como Katrina cuando devastó la costa este de Estados Unidos en agosto de dos mil cinco. Agarré mi almuerzo, lo metí en mi bolso y abandoné la casa como un bólido. Todavía tenía ganas de ir al baño.
Una aguda puntada abdominal hacía que mi caminar fuese incómodo. Miré para todas partes, todo estaba cerrado en el Bulevar de Sabana Grande. ¿Alguna vez se han preguntado por qué no hay baños públicos en Caracas? Yo sí. Tengo varias teorías, la primera tiene que ver con el aseo, ¿Cómo sería el aseo de los baños? Seguramente estarían vueltos mierda. La segunda, ¿Cómo sería la vigilancia? Es decir, los hoteles están caros, a más de un ocioso se le ocurría meterse ahí a echar un polvito, o dos o tres. La tercera, a lo mejor no los utilizarían como cubículos sexuales, pero los drogadictos podrían invadirlos para intoxicarse en ellos. La cuarta, podrían volverse los hogares de los indigentes de zonas aledañas. En fin, los baños públicos no serían viables, los únicos que ganarían serían los buhoneros que de seguro venderían papel tualé, jabón y condones a sus alrededores. A lo mejor, algunos emprendedores venderían hasta sábanas; quién sabe.
Ya en el bus, se me escapó una risa traviesa y con ella vino de acompañante un gas, un peo silencioso. Eso me arruinó el momento. Iba pensando en cuando Gabriel, mi hermano, el flojo, me echaba broma en el colegio. Qué gallo es uno en el colegio. Ahí viene la estítica, le decía a mis amigas durante la hora del recreo. Yo le caía a coñazos. Eso era lo divertido. Mi mamá no hacía más que reírse en las reuniones con la directora, quien siempre le preguntaba: ¿Cómo se llevan estos dos en casa?
Mi hermano ha sido un fracaso total desde que llegó al mundo, pero no por eso he dejado de quererlo. Es un tipo carismático que aprendió a caminar como a los 4 años. Una de las razones que me han hecho querer dejarle caer un yunque en la cabeza desde mi cama, es que se ha cogido a todas mis amigas. Ustedes no pueden ni imaginarse lo que es despertarse a eso de las dos y media de la mañana porque una voz familiar te busca conversación desde la cama de abajo: ¿Estás despierta, marica? Mañana tenemos examen de historia. No tiene sentido, siempre tuve las amiguitas más putas del colegio, y ellas a su vez caían rendidas ante la ineptitud de mi hermanito. Oye, Gabriel, ¿Cuándo vas a dejar de cogerte  a mis amigas? Le pregunté una mañana cuando estaba en quinto año. Su respuesta cerró la breve conversación: Cuando dejen de ser tan puticas, ¿No me has visto bien? Soy un pendejo, ¿Es que acaso no se dan cuenta?
El bus quedó atrapado en una cola mañanera, yo no sé por qué, pero cuando uno está con los intestinos cargados, no puede dejar de moverse. En lo que el bus se detuvo, mis ganas aumentaron exponencialmente. Eso me puso a cuestionarme el tema del tráfico: ¿Por qué hay colas todas las malditas mañanas de la historia de Caracas? Yo no sé si los encargados de planificar el desarrollo de la ciudad hacen su trabajo o solo se roban los riales. Es verdad, todas las mañanas la cola me hace llegar tarde al trabajo. Ya sé que está la opción del metro, pero desde el incidente de la mañana del vestido, no lo he querido usar de nuevo.
El andén de la estación Plaza Venezuela se pone como la olla de un concierto de rock, imposible. Mal olor, sudor pegajoso, gritos estridentes, mentadas de madre y las sacudidas que se producen cuando los usuarios abandonan los trenes y se abren paso, a patadas y golpes, hasta las escaleras. Como esa estación me queda más cerca que la de Sabana Grande, es la que solía usar. Aquella fatídica mañana, se me ocurrió la magnífica idea de irme en vestido a la tienda. Yo trabajo en una tienda de ropa. Claro que esa idea no llegó a mi cabeza por sí sola, las chicas y el imbécil de Francisco la pusieron allí. Te debes ver linda en vestido, vamos a hacer un día de vestido, los martes serían perfectos, eso decía Martha. Por supuesto que a ella le gustan los vestidos, así el tarado de Gabriel tiene más fácil acceso a su área vaginal. Tres veces los he atrapado en las escaleras del edificio. El piso cinco debe ser su favorito. Yo no sé cómo mi hermano no ha preñado a alguna de mis queridísimas amigas. Vamos, Phany. No seas rompe grupo, Gaba apoyaba a Martha. Total que las tres chicas cantaron a coro: Martes de vestido, martes de vestido. La escena era surreal, parecían carajitas de tercer grado. ¿Van a ir con vestido los martes? Te tengo que ver los martes, me encanta cuando te pones vestido, mi amor. Francisco siempre ha sido un baboso. Como si yo no supiera la verdadera razón por la cual fantasea conmigo vestida así.
El motivo de la cola era el común: Chismosos en la vía. Un carro había chocado con una moto y todo el mundo quería ver el accidente, tomar fotos, grabar videos. A la gente así deberían quitarle sus teléfonos celulares. ¿Saben lo que es retrasar el tráfico para chismear? ¿Será que les divierte la desgracia ajena? No voy a mentir, en un día normal, eso no me hubiese molestado demasiado, pero aquella mañana estaba apurada, necesitaba el baño de la tienda. ¿Por qué esa carita tan tensa, mi vida? Sonríe. Me dijo un viejo baboso, me provocó responderle con un seco: Me estoy cagando. Dios, sí. Una dama no habla así, pero a ustedes no los voy a engañar. Yo no soy una dama.
Aquel martes de vestido mi mamá estaba feliz, no cabía en ella su estúpida feminidad: Te ves como toda una dama, Phany. ¡Qué linda! Bella estás. Ojalá te hubieses arreglado las manos. No me iba a arreglar las manos, no me alcanzaba la plata para pagar por la manicure y tampoco tenía ganas de llegar a la casa a las nueve de la noche a ponerme bonita para la sociedad. Una vez en la calle, caminé con pasos cortos por miedo a que el viento me fuera a jugar una pasada, tenía puesto un hilo, si se me levantaba el vestido iba a mostrar hasta el alma. El andén estuvo como siempre: Repleto. ¿Alguna vez se han preguntado de dónde sale tanta gente en las mañanas? Vamos a ser francos, millones de personas salen hasta de las alcantarillas todas las mañanas en Caracas. ¿Se imaginan si esta ciudad fuese más grande? No me imagino si Caracas fuese tan grande como Bogotá. Mientras pensaba en pendejadas y cuidaba que no me metieran mucha mano, llegó el tren. Fui sometida y arrastrada hasta el interior del vagón. Yo pensaba que era lo normal, en lo incómodo que era viajar en metro con vestido; no me esperé que un viejo sádico me presionara contra uno de los tubos verticales esos de donde uno se agarra para no caerse: Estás bella hoy, mami. El viejo tenía aliento a chuleta frita encebollada. Me apretó tanto que sentí como si el tubo se internara entre mis nalgas. Qué situación tan desagradable. Después en el túnel, una mano gorda se deslizaba subiendo por mis piernas y me tocó. Yo creo que por poco y me meto a lesbiana después del evento del vestido. Una parte de mí no va a poder volver a ver a los hombres de la misma manera. Estás tiernita, mi reina. Lo que más me molesta, es que no le metí un coñazo al sádico ese, me quedé paralizada como una pendeja. Al llegar a la tienda me metí en el baño. Me puse a llorar, estaba asqueada de todo, olía a sudor, estaba babeada. Ese fue el primer y el último martes de vestido. Lo juro.
La parada del bus está a una cuadra de la tienda. Trotar en sandalias es una pesadilla. Solo tenía un deseo: Que la estúpida de Martha hubiese llegado temprano para abrir la tienda, de otra manera me iba a hacer en los pantalones. Ella me lo debía, a fin de cuentas fue por su cumpleaños que salimos a comer comida mexicana. La mañana estaba empañada por la calima, una suerte de ceniza que se producía por los incendios de El Ávila típicos de la temporada de sequía. Mi alergia aparecía de nuevo. Por mi casa el tema de la calima no era tan fuerte como por el trabajo. Ahora tenía ganas de ir al baño y la nariz aguada. Me encantaría operarme de la rinitis. Tiene años volviéndome loca.
Cuando Phany estaba en el colegio le decía “la mocosa”, siempre la estaba jodiendo. Otro de los cuentos malsanos de Gabriel. Estábamos él, Martha, Francisco y yo tomando en la orilla de la piscina del club de Higuerote. Siempre me caía a coñazos, todo quería resolverlo a los golpes. Francisco se moría de la risa, después tuvo que participar en la conversación, no podía aguantarse: Todavía quiere resolverlo todo así. Es un idiota, mi novio tiene profundos problemas mentales. Ahora que lo dicen, Phany ha estado a punto de golpear a varias clientas. Claro que sí, la mayoría de nuestra clientela se compone por una cuerda de niñitas malcriadas que con sus estupideces vienen a joderme la paciencia. Si no he golpeado a nadie en la tienda, es porque Dios es grande. Pero eres bella, Phany. Ahí estaba Francisco de nuevo, pretendiendo solucionarlo todo con sus frases trilladas. Era de noche, el sereno se estaba haciendo más fuerte. Ahí viene, miren, esperen. Gabriel ya me conocía bien, él sabía cuándo me iba a dar un ataque alérgico incluso antes de que yo lo sintiera. Antes de los treinta debo operarme de la rinitis, es insoportable, irritante, obstinante. La odio.  Estuve moqueando toda la noche.
Martha y María ya estaban en la tienda para cuando llegué. Gaba, la más puntual de las tres, no estaba por ahí. Te ves horrible, Phany. Comentó Martha, ella es muy oportuna con sus comentarios. Es una estúpida. Sonreí con amargura y me interné en el depósito. Caminé rápido para colarme en el baño. Los retorcijones ya eran demasiado fuertes. ¿Alguna vez les ha pasado? Uno sabe cuándo puede y cuándo no puede aguantarse más. Comenzó a sonar mi teléfono celular. La curiosidad me ganó, revisé y resultó ser Gabriel: Hola, estítica. Me dejaste el tobo vacío justo hoy que tenía una reunión en la universidad. ¿De verdad? Gabriel es el ser más desacertado del mundo. Le colgué, no podía ni hablar. Llegué al baño, empujé la puerta… Estaba cerrada. Gaba lo estaba usando, pensé que me iba a morir.
En mi casa solamente hay un baño. Toda mi vida lo he compartido con mi mamá y Gabriel. La ley de Murphy existe en verdad, porque cuando no necesito el baño siempre lo encuentro libre, en cambio, cuando por única vez durante la semana, tengo ganas de ir, Gabriel se está afeitando los cuatro pelos que tiene por bigote o a mi mamá le da por jugar con su cabello. El tema del baño es delicado para mí. Una vez en casa de Francisco me dieron ganas de ir, estábamos empezando a salir, tenía muchísima pena, pero de pana no aguantaba más. Me decidí, revisé mi bolso y saqué una varita de incienso, una mujer precavida vale por dos. Corrí al baño de visitas y a qué no adivinan, estaba ocupado, a Francisco le dieron ganas de utilizar ese baño en ese preciso instante. Si mi vida dependiera de encontrar un baño disponible cuando lo necesito, ya estaría muerta. No hablemos del estado del cadáver, porque lo muertos no pueden aguantarse.
¿Alguna vez les ha pasado que están tan cerca del baño que sienten que ya se les va a salir todo? Así estaba yo el lunes por la mañana. Gaba se tardó como un siglo. A mí me pareció un siglo. Cuando salió, la acompañó un olor putrefacto que de broma y me desmaya, se sonrojó: Ay, amiga. Tenías razón, no debíamos comernos esos burritos picantes. El mío me cayó fatal. Se alejó a paso apurado. Del tiro hasta se me curó la nariz mocosa. Tomé una respiración profunda y me interné en el baño. La puntada abdominal disminuyó cuando tomé asiento en la poceta que, vale la pena decir, mi amiga dejó caliente. Por lo menos había agua. Qué mañana la del lunes. Qué desesperación la de necesitar un baño. Qué estrés el tráfico de Caracas. Qué ladilla es Gabriel. Qué baboso es Francisco. Qué pendejas son mis amigas. Qué sabroso, qué placentero es finalmente evacuar, voy a decirlo así, como si fuera una dama decente. 
          ¡Qué peste dejó Gaba en ese baño! Ojalá y nadie haya entrado en los próximos veinte minutos después de mí; eso es lo que falta, que digan que el otro día dejé el baño hediondo. 

A todos les ha pasado, ¿No? (Imagen de una desconocida graciosa).


L.F. Arias.

1 comentario:

  1. Hey que genial fue leer esto,me encanto totalmente tanto así que me quede con ganas de leer mas.-

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